Pirineos en Moto

Cada nuevo viaje es una aventura en la que nos embarcamos tomando como referencia la experiencia de anteriores escapadas, aunque para nosotros, como demuestra el hecho de repetir pocas veces destino, cada nuevo viaje es precisamente eso, algo nuevo. Planeando una travesía por Los Pirineos no podíamos dejar atrás lo que habíamos vivido hacía dos años con la Transalp por la cordillera que le había dado nombre. Pero en parte gracias a esa experiencia y a nuestras ansias de recorrer el camino también a pie, este viaje lo íbamos a estructurar en etapas dobles, de tal manera que un día haríamos recorrido en la moto y otro a pié, procurando que cada final de etapa acabase en un parque natural. Esa fórmula nos permitía de paso montar tienda una de cada dos noches, con el importante ahorro de cara a mover comida, mejores condiciones para secar ropa, etc, en comparación con montar cada día en un sitio distinto como hiciéramos en Los Alpes.

Tampoco ha pasado en balde la experiencia de las repetidas acampadas, la colocación del equipaje en la moto, lo que es y lo que no es necesario, y en fin toda la logística que en su momento compartiremos con futuros aventureros en sección aparte.

Con estos ingredientes comenzaba un viaje en el que para empezar, aprovechábamos la tarde libre del día 16 para encaramarnos hasta Madrid a casa de mi sufrido amigo Carlos, y así dividir la primera etapa de manera que pudiésemos ir más tranquilos viendo cosas a nuestros paso, que es una de las esencias de ir en moto. Y puestos ya de paso, evitar peajes, que en nuestra querida España no tratan precisamente bien a los motoristas.

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Madrid – Ochagavía:

Amanecimos en Madrid como nuestro compañero en cualquier día de trabajo. Desayunamos y salimos a su par, despidiéndonos para seguir cada uno hacia su dispar destino. De los posibles lugares en los que hacer la primera parada matinal, elegimos Medinaceli, y quedamos prendados como para planificar allí un fin de semana entero. Ciudad que guarda el encanto de distintas culturas que han dejado allí su huella, tiene restos romanos, árabes, renacentistas… ligados por un hilo unificador que tuvo lugar durante su esplendor en el siglo XVI.

En el Puerto de Piqueras cogimos la variante “notúnel” para disfrutar de unas curvas que nos sacasen del letargo, y poco después parábamos a comer con el bueno de Chema en sus dominos riojanos. Luego pasamos Pamplona de largo porque ya era plaza conocida, y seguimos hasta Ochagavía, llegando a una buena hora para plantar, lavar, tender, y salir a disfrutar del entorno. Ciudad característica del pirineo Navarro, destacan sus características casas blancas con las esquinas de piedra, interrumpidas por algunas construcciones enteras en piedra como las religiosas. Nos aventuramos en la carnicería con los productos locales para el día siguiente, y cenamos en una sidrería, dado que una de las carencias, por si alguno se anima, era la de un buen sitio en el que tomar pinchos, o cenar de raciones sin demasiada florituras. Llegamos incluso a dar con alguna tasca junto al río en la que afirmaban ante nuestra incredulidad que no tenían nada que se comiera allí dentro. Eso sí, no quedamos nada mal en el sitio elegido. Y poco más necesitamos para irnos a dormir, pensando en el primer pateo que tendría lugar al día siguiente. Pero ese, como todos los demás, merecerá crónica aparte.

Además del pateo por la Selva de Irati, que como decía el técnico del centro de interpretación más bien debería llamarse “La Fábrica de la Niebla”, por la tarde del día dos subimos a ver desde Ochagavía la Ermita de Muskida, un bonito lugar que se lleva media hora de subida a pata por una empinada vereda.

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Ochagavía – Le Gave d´Aspe

Partimos de Ochagavía para disfrutar ahora ya sí de curvas pirenaicas en todo su esplendor, mientras olíamos a hierba recién cortada por la visera del casco. Issaba era parada obligada con sus empedradas fachadas. Luego el bonito puerto de Larra Belagua, y empezaríamos a jugar con la frontera francesa. En la bajada, el primer alto en suelo francés: Una choza de quesos de lo más pintoresco en la que convivía la familia con el perro, el gato, la oca, las gallinas, alguna oveja, los cerdos… y un queso con el que comenzamos nuestra peregrinación por los lácteos franceses.

Contradiciendo a su nombre, pasamos de largo por la estación de esquí de Arete La Piere San Martin, pero prometiéndonos volver a visitarlo con más tiempo y acercarnos a la cueva que presume tener una de las salas más grandes de Europa. Paramos, eso sí, en El Foret D´Issaux, precioso, surcado por una pequeña carreterita comarcal sin apenas tráfico. Entrábamos así en el parque nacional de los pirineos franceses para hacer Sur en Bedous, después de comer en una pizzería, a sabiendas de que en Francia los horarios van de otra forma. El final de la ruta en el camping de Le Gave d´Aspe, nombre que toma del río que le es tangente. El pueblo que hay más cercano al camping, Urdos, no tenía nada especial, por lo que fuimos a pasar la tarde a Essaut y Borce, muy bonitos, con un enclave que los hace aun más fotogénicos. También había  una fortaleza de aspecto imponente en las inmediaciones.

Como pronosticaba el tiempo amaneció lloviendo, así que comenzamos nuestro primer día de pateo un poco descolocados, estudiando opciones, mientras hacíamos vida de camping. Aquí hay que reconocer que el señor que lo lleva ha conseguido crear un ambiente acogedor a pesar de la sencillez, y hay una zona de espacios comunes en la que no faltan siempre baños abiertos porque se organiza por mitades para limpiarlos, salón de estar con neveras, cocina, libros, y una amplia cristalera por la que veíamos llover, hasta que de repente cesó de hacerlo. Las previsiones decían que a medida que avanzase el día mejoraría, de modo que si a media mañana no llovía, nos quedaba la otra mitad y la tarde por delante, tiempo suficiente para hacer una ruta que supuestamente duraba 4 horas. Así que ni cortos ni perezosos hicimos norte hacia Lescún, no sin antes pasar a comprar víveres para la comida. Y empezamos a andar a eso de la una de la tarde. Los detalles de las rutas los pondré en el blog monográficamente, pero en esta concreta quiero referir que los paisajes increíbles del comienzo nos animaron a seguir para terminarla después de la parada de comer, que tuvo lugar quizás en la primera cuarta parte del recorrido. Las otras tres cuartas partes, de fortísimo desnivel y densa niebla, hicieron que acabásemos casi exhaustos a hora ya de la puesta de sol. Así que ese día volvimos a la tienda más que cansados, a por un caldo caliente y una copa de vino que nos supo a gloria con el queso francés.

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Le Gave D´Aspe – Luz Saint Savoir

La siguiente etapa pisaba un trozo de regreso hasta Bedous, para luego seguir haciendo Norte unos kms y finalmente Este, de valle en valle, alternando bonitos collados y vistas espectaculares de los Pirineos, salpicados de villages. Nuestra ruta buscaba las carreteritas más estrechas que permitían nuestro avance, por lo que el paisaje se nos mostraba más auténtico aún. Pero ese mismo recorrido pintoresco debió ser el que seleccionaron para una famosa prueba ciclista de desniveles extremos que nos fuimos comiendo enteramente durante esta etapa de moto y la siguiente. Menos mal que a las motos no nos ponían impedimento para circular por donde la prueba.

Tras la preceptiva parada en una boulangerie de media mañana, dimos con un balneario en parte abandonado, pasado Laruns, que tuvo que ser tremendo en su época de máximo apogeo. El siguiente puerto nos llevaría hasta el Col de Aubisque, otro famoso en el mundillo ciclista. Desde luego, en moto son una pasada. Pero la gente que viene hasta aquí en bicicleta tiene un nivel sorprendente. Baste con decir que en una bajada nos adelantaron dos… yendo nosotros e 60 entre horquillas. Finalmente, el valle de Luz. Es curiosa la alternancia entre pueblecitos de montaña y estaciones de esquí que se da en la zona.

El camping, bastante digno, estaba lleno de ciclistas. Acampamos en una parcelita que estaba haciendo esquina sobre el río (nos gustaba esa sensación de levantarnos con todo mojado parece), y disfrutamos de un paseo por los 3 pueblos que se juntan en un mismo núcleo. Uno enteramente turístico y orientado al esquí, con todos los comercios, otro más histórico y residencial, y un tercero más impersonal. Hay una fortaleza llamativa en el centro, un castillo en las afueras, y una ermita con preciosas vistas en lo alto.

Al día siguiente hicimos la ruta del Lac Mademoisellette, absolutamente espectacular, y por la tarde aun tuvimos ganas de hacer una ruta en moto por los pueblecitos colindantes, subiendo a una estación de esquí por una carretera con unas curvas como para quedarse a vivir allí. En fin, una zona en la que repetir…

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Luz Saint Savoir – Benasque

En nuestro zigzagueo por las fronteras poníamos rumbo ahora hacia el pirineo aragonés, y la primera fase pasaba por ascender el Col de Tourmalet, que como no, estaba copado de ciclistas de la prueba de marras. En moto solíamos avanzar más durante cada etapa, pero como nos quedábamos parados en día senderista, los ciclistas aprovechaban para volver a  pillarnos. Así que tocaba rodar con ojo, viviendo el ambiente festivo a su paso. En la localidad de Gouchen, les dábamos finalmente esquinazo, al hacer sur, y meternos en España por el Túnel de Bielsa.

Quizás fue un poco subjetivo, pero apenas salir del agujero de la montaña, creímos ver menos verde, menos vacas, sentir menos fresco y notar como desaparecía la cortesía francesa con el mundo de las dos ruedas. En fin, en cualquier caso la sensación de calor vestidos de pingüinos no era nada subjetiva, y decidimos parar a refrescarnos con una cerveza en Ainsa, otro pueblo más al que debemos volver con tiempo para recorrerlo con calma, porque se lo merece. Imaginar aquellas piedras perfectamente en armonía con el arte civil del Medievo, rodeadas de nieve en las cumbres y de agua en el embalse que tienen al pie, era verdadero gozo.

Y con esa idea retomamos el “eje pirenaico”, que salir a una carretera de 90-100 te hace avanzar lo que no está escrito cuando ya te has acostumbrado a serpentear por las comarcales. De esa guisa no nos fue nada difícil llegar al camping de Ixea, pasado Benasque, a la hora de comer. Así que la rutia de siempre: montar, lavar, tender y comer.

Durante la tarde paseo por la ciudad, preciosa, aprovechando para entrar en el centro de interpretación de las cumbres pirenaicas, en busca de información, aunque para ello tuviéramos que exprimir a la estreñida agente que allí habían plantado. Una de las desinformaciones que nos dio y que sirva de aviso a navegantes, fue la de que el único bus que sube para hacer senderismo de altura costaba la friolera de 16 € ida y vuelta por barba. Es un atropello y una forma de regular un poco elitista, pero bien es cierto que hay otro que sube al Forau de Aiguallut que cuesta la cuarta parte. Y por allí también hay mucho que andar, pues entre otras cosas te plantas en la base del Aneto con unas vistas espectaculares. Si bien es cierto que la alternativa que nos planteó, subir al Ibon de Escarpinosa, es tan bonita que pugna con los pateos del lado francés por el título de mejor excursión del viaje. Tenéis información de todo ello en monográficos del blog.

Y entre esas dos excursiones (ya parece que no nos bastaba con una) anduvimos unos 20 km de montaña con buenas subidas y bajadas al día siguiente. La de los Ibones, preciosa, pero más larga y difícil. Salvo problemas musculares o niños de menos de 6 años, la recomiendo encarecidamente. Y la segunda, apta para todos los públicos y muy cómoda.

Luego, hamburguesa en Benasque, que nos la habíamos ganado, y regreso al camping a descansar de paisajes. Como anécdota, en el río que baja al pie, nos dimos un baño y por querer aguantar unos minutos debajo del agua, por pocas nos da una hipotermia, con unos temblores que nos duraron hasta después de duchados… pero es lo que tiene la vida montañera…

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Benasque – Esteri D´ Aneu

Decir “voy a hacer Este” en Los Pirineos, es como decir que te vas a coger setas al Atlas. Sí, vale, pero primero has de cruzar el charco. Después de retroceder una decena larga de kilómetros sobre nuestros pasos, sí hicimos algo parecido a mirar a por donde sale el sol, hasta Castamé. Entrábamos en el Pirineo Catalán, y de nuevo la idiosincrasia de los pueblos y sus construcciones nos decía que habíamos cambiado de latitudes. Y no solo ellos, el paisaje se hacía más llano, aparecían más huertos, y los ascensos se hacían menos bruscos.

Paramos en un collado a ver la cara opuesta del Aneto a la que conocíamos del día anterior. Atravesamos el túnel de Vielha, para poco después parar en esta población, tremendamente turística y con más bullicio de al que estábamos acostumbrados, de manera que no tardamos en ponernos otra vez el casco y continuar hasta nuestra meta, Esteri de Aneau. Allí parábamos en el camping de Aigüestortes, que estaba casi vacío ya por esas fechas. Montamos y comimos en el pueblo, bastante bien. Se notaba en el calor que habíamos bajado, pero la tarde se hizo en el valle pronto mucho más respirable. Así que con recelo y haciendo caso de los lugareños, volvimos a pie hasta el centro de interpretación del pueblo, que parecía estar así más cerca que con la moto, no sé cómo. Y pudimos comprobar que sí sabían atender estupendamente a los visitantes, dándonos orientaciones para el pateo del día siguiente, y para una bonita ruta en moto para esa tarde.

También tuvimos tiempo de recorrer ya más despacio y “con la fresca” las calles de piedra que diferencian también el Pirineo Catalán de los otros por ser un poco menos sobrio, pero siempre con el predominio de la piedra.

A la mañana siguiente tocó ascender al Estany de San Maurici, y desde allí a los otros dos lagos, Ratera y Amiquets. La verdad resulta complicado decidirse por un Pirineo sobre el otro; todos y cada uno de ellos tienen rincones increíbles, rebosan agua, verdor, montaña… Por la tarde nos acercamos a ver románico, que en aquella zona tenía ejemplos de los de libro, muy recomendables para los amantes de las piedras. Y con eso nos dimos por satisfechos en aquella primera toma de contacto en los Parques Nacional de Aigüestortes y Natural del Alto Pirineo. Solo quedaba acercarse a una carnicería que habíamos fichado en el pueblo, para probar dos delicatesen de la zona: La bola de paté y la hamburguesa de buey. Delicioso!

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Esteri D´Aneu – Lac Metemale

Mientras el viaje se iba acercando a sus últimas etapas de Pirineo, nosotros nos íbamos emborrachando más y más de paisajes de alta montaña, cumbres, veredas, lagos y ríos. Antes de salir del camping de Esteri de Aneu, nos percatamos ojeando el track de ese día de un hecho llamativo a nivel de fronteras: Llivia. Llivia es una villa que por serlo, quedó fuera del reparto fronterizo entre España y Francia en su momento, que solo afectaba a pueblos, por lo que permaneció siendo española a pesar de estar rodeada de suelo francés. Y allí encaminamos nuestros pasos, no sin antes seguir el habitual eje pirenaico por Sort, la Seu D´Urgell y Puigcerdá. Me sorprendió negativamente el alto número de radares presentes en el trazado, algo a lo que no estábamos acostumbrados durante los días anteriores.

Del pueblo infiltrado decir que es una preciosidad, de empinadas calles de piedra que terminan en una iglesia, con un museo y una plaza en la que comer bien. De ahí salimos durante la sobremesa francesa para llegar al camping del Lac Metemale a buena hora de plantar tienda y seguir con la rutina habitual. Estaba “vacío”, y lo digo entre comillas porque lo estaba de gente, pero lo habían llenado de casa móviles que imagino en temporada alta sería lo que más se ocupaba allí.

Como andábamos bien de tiempo nos animamos por la tarde a dar la vuelta al lago, una excursión de 9 kilómetros muy llanos y placenteros. Dejando para el día siguiente el último de los pateos, por una pista de esquí de fondo, hasta el lago Aude. También sencilla, de unos 13-14 kms sin mucho desnivel y casi todos por una pista. En el trozo final, de vereda, sorprendimos unos cazadores que tiraban de sendos jabatos, cosa que parece ocurrirá ambos lados de la frontera de manera parecida.

A la tarde, el atento encargado del camping nos indicó una ruta de petites villages que hizo de las delicias del objetivo de la cámara. Cuántos pueblos bonitos de alta montaña, empedrados, derramados por las verdes laderas, pudimos ver en esta última etapa.

Y aprovechamos para despedirnos de Francia hasta pronto con un buen vino y queso de la región, acompañados de los interminables salchichones que llevábamos en el baulete desde Luz Saint Savoir… a la luz de una de las pocas farolas del camping junto a la que plantamos la tienda sin siquiera saberlo. Nos vino de cine, la verdad. Igual que la secador al día siguiente, porque el tiempo húmedo también quiso despedirse de nosotros en suelo francés.

 

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Lac Matemale – Teruel

A la mañana siguiente e intentando no quitar la sonrisa a pesar de que se nos acababa lo bueno, tras recoger, iniciamos el descenso hasta la Seu D´Urgell por lo ya pisado, para, a partir de ahí, hacer sur en busca de Lleida. Allí hicimos la parada de media mañana para visitar el casco histórico, y reparar en que se trata de una ciudad bastante más grande de lo que esperábamos, enclavada en una elevación natural de un valle bastante plano. Y así, de Nacional en Nacional y tras la preceptiva parada para comer de menú, llegamos hasta Teruel, la ciudad Mudéjar. Hacía años que no volvía y la encontré más cuidada y atractiva. Pero la nota se la llevaría el lugar elegido para dormir, con tan buen tino como otras veces en las que nos sorprendemos a nosotros mismos.

La Fonda del Tozal es una de las posadas más antiguas de España, puesto que desde el siglo XVI, que se dice pronto, hasta nuestros días, ha mantenido su actividad adaptándose a los tiempos y a los viajeros que por allí han deambulado durante más de 400 años. Lo mejor de todo es que el ambiente se ha mantenido muy cuidado a pesar de las lógicas actualizaciones, con mobiliarios y utensilios de la época, sobre todo en el espacio que antes ocupaban las cuadras y que ahora ocupa el bar. Bar en el que, por cierto, nos comimos un plato de jamón y chorizos que nos supo a gloria por muy poco dinero. Un lugar recomendable al 100%, por 42 € la habitación doble. Habrá que volver…

… Como a tantos otros sitios de este viaje. Un buen paseo respirando mudéjar, y solo nos quedaba disfrutar de la última noche –de colchón en lugar de colchoneta, creo que aun no nos hemos acostumbrado a lo cómodo- para, a la mañana siguiente, seguir descendiendo por la 330 y luego la 322 (no sin algún atajillo de los míos). En la pantalla de la moto, el calor que hace en la media España del Sur. Por los retrovisores, las vistas a unos Pirineos que se alejaban con todas aquellas noches en las que tuvimos que taparnos en Agosto de 2016. Y en fin, en la cabeza, nuevos proyectos para eso sí, no dejar atrás nuestras ansias por recorrer mundo a dos ruedas, y a pata.

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2 comentarios en “Pirineos en Moto

  1. Magnifico blog. Muy bien comentado todo y muy buenas fotos, las cuales me han traidi muy buenos recuerdos. Por poco no nos cruzamos en el camino, yo subi el 7 de agosto de este año tambien, desde Alicante,con mi chica en mi exmoto yamaha xj6 y otra pareja de amigos en una tiger como la tuya. Una pasada los pirineos, prometo volver con mi nueva transalp. Me ha gustado mucho tu blog. Un saludo.

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  2. Preciosa ruta y crónica, Raúl. ¿Sigues igual de contento con tu tiger? ¿No has vuelto a echar de menos la transalp en los puertos revirados? Saludos manchegos. jinetemedieval.

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