Noruega. Donde vive el agua.

Cuando escuchas el nombre «Noruega» te vienen a la cabeza las imágenes de fiordos, cascadas, verdes bosques, ríos caudalosos… y lugares lejanos hasta los que el turista se desplaza en avión y por los que se mueve en un barco saltando de puerto en puerto. Ese es el cliché de Noruega que se vende en los escaparates de las agencias de viajes. Una imagen que veíamos muy superficial como para quedarnos con ella. Cuando ya hemos atravesado los Alpes en moto a lo ancho y a lo alto, bajado al desierto en TT para perdernos y reencontrarnos, o recorrido las Highlands y la costa norte de Escocia a todo lo largo en la furgo, Noruega se convierte en una meta, un pasito más en nuestra escalera viajera. Y eso, a pesar de nuestras posaderas, era una empresa que se debía acometer sin saltos, metro a metro, en nuestra casita rodante y en libertad, para poder esperar o seguir según nos lo pidiese el cuerpo, en cada parada.

Por eso, este era un proyecto que solo podía ser ahora. El primer año en muchos en el que se nos brindaba la oportunidad de tener más de una quincena de tiempo. Y, aunque 23 días no fuesen muchos, esta entrada del blog está especialmente dedicada a aquellos que tienen un tiempo similar y quieren disfrutarlo sin ir como locos por un país por el que no es posible correr (en el sentido literal). Aquí voy a contar el viaje en conjunto, y en sucesivas entradas a parte, las ciudades y excursiones que hicimos en algunas de las paradas. Espero haceros llegar lo que hemos descubierto allí, y por qué hay tantos Viajeros Enamorados de Noruega por el mundo.

11 al 14 de Agosto. El ascenso.

Teníamos los días que teníamos, y el sacrificio en este caso debía ser el ascenso y la bajada, aunque esta última en menor medida por los kilómetros acumulados, que iban a pasar de 10.000. Así que, con la experiencia de haber cruzado España ya varias veces del tirón, condujimos hasta el Sur de Burdeos. Tan poco nos importaba en este caso la meta que dormimos en el aparcamiento de un E Leclerc, ese supermercado en el que nos gusta entrar a echar gasoil y comprar patés y quesos. Y así pasamos una primera noche en suelo francés, sin pena ni gloria, pero satisfechos de ver que nos habíamos quitado una decena parte de los kilómetros totales del recorrido, sin estar para nada cansados.

Pero eso solo iba a ser el primer día, porque esa zona de Francia la tenemos trillada y además muy reciente. En la segunda etapa hicimos una tirada un poco menor, y eso nos permitió dar una vuelta por un primer descubrimiento del viaje: Ofenburgo.

El trazado no era casual: de los distintos caminos para seguir, escogí el que permitía un equilibrio entre los exagerados peajes del país Galo, y las lentas nacionales de doble sentido con travesías. Siguiendo ese trayecto, solo pagamos peajes en el último tercio, y solo pisamos unos 30 kms de nacionales. El resto son autovías libres limitadas a 110 km/h.

Ofenburgo es una ciudad pequeña, coqueta, con bastante actividad comercial, que guarda un puñado de edificios con solera, y que está bastante limpia y cuidada. Además, no es grande, se aparca bien la Camper y permite salir y entrar sin dar vueltas, cosa que cuando tienes grandes tiraras se agradece. Nosotros dormimos en el centro, junto a un parque, en zona residencial sin tener que pagar aparcamiento. Desde allí nos dimos un paseo con la gorda y volvimos a cenar.

Inciso: Las comidas: Noruega es cara. Muy cara para los Españoles. Así que hicimos uso de la segunda nevera de compresor de 40 litros que tenemos, para llenarla de fruta y verdura, que nos llegó hasta el final del viaje. Cuidadosamente escogida por mi frutera, de manera que cada parte del género aguantaría un tiempo para tener siempre cosas dispuestas a consumirse. Luego, pues blíster de todo aquello que te permite cocinar, botes de comida preparada, o cocida… eso nos permitió la opción de ir probando cosas por donde pasábamos sin tener que comprar, si no nos encajaba nada.

Y así llegamos hasta el tercer día de subida: Atravesar la temida Alemania.

Y no temida porque vuelva a tener ganas de guerra, sino por los atascos. Los alemanes son gente muy organizada. Les gusta organizarlo todo muy bien. Y cuando les da por organizar un atasco… no hay quien les gane. Era curioso ver cómo en el mapa iban apareciendo zonas naranjas, rojas, negras… a medida que se recibían datos del tráfico. Había una coyuntura ventajosa, y es que los camiones de mercancías no perecederas no pueden circular el día que Dios dijo de tomarse un respiro. Por eso lo habíamos cuadrado para cruzar en Domingo. Pero sinceramente… la diferencia no fue enorme. Las obras seguían funcionando, y las retenciones con ellas. Así que se nos fue el día entero agradeciendo, eso sí, que todo fuese autopista y que estas fuesen gratuitas. Tomad nota, galos.

Por la tarde, llegamos a Puttgarden, donde habíamos comprado (sobre la marcha) billete para Rodby. (aquí)

El cruce fue perfecto, incluso con la pequeña ventaja de que al llegar con billete comprado combinando ferry más puente de Oresund, te ahorras un puñado de euros, y te ponen en cola preferente para entrar en le barco. Al llegar a Dinamarca, teníamos seleccionado un lugar tranquilo para dormir que habría servido de escenario para una de las canciones de Mecano…

Dimos un paseo por paisajes idílicos, que recuerdan a algunos cuadros flamencos, cenamos, y nos dispusimos a recorrer otro país: Suecia.

El trayecto por esa zona escandinava era muy sencillo: Atravesar una de las islas que componen Dinamarca, con paisajes llenos de cereal, ligeras ondulaciones y muchas granjas; para después subir por la costa hasta Oslo.

Pero antes nos las teníamos que ver con la primera obra de ingeniería llamativa del viaje: el puente de Oresund. Tras circunvalar Copenaghe con un «hasta luego», entras en un túnel que te mosquea bastante cuando vienes de ver fotos del puente. «nos han timado, vamos a pasar por debajo y no vamos a ver una puñeta». Pero no, pronto el túnel se convierte en una boca por la que sales disparado por los aires y vas ganando altura hasta que los barcos pueden pasar por debajo de tí. Bueno, lo de pronto es un decir, porque todo depende de con qué se lo compare, y a partir de ese momento los túneles serían de esos que te hacen dar gracias de no ir con un niño dispuesto a contar los segundos que dura. Por eso, este primero, se nos queda en el grupo de los cortos.

Pasado el puente se acaba Dinamarca y empieza Suecia. En Suecia ya cambia un poco el paisaje: mucha más vegetación, y empieza a haber tímidos fiordos que jalonan la costa Oeste. El país, hacia el interior, debe ser una pasada, pero eso lo averiguaremos en el futuro. Desde nuestro parabrisas apenas hicimos paradas, salvo la preceptiva de comer, pues teníamos ganas de llegar a Oslo a tiempo de dar un paseo por los alrededores del lugar de pernocta, y no teníamos del todo claro cuál iba a ser este: las informaciones hablaban de que en Noruega se había acabado el «libre deambular» en lo que a autocaravanas se refería, y los carteles de prohibiciones de acampar habían proliferado como setas.

En nuestro caso, tuvimos suerte. Elegimos el más cercano de los dos lagos que hay al norte de la ciudad y hasta los que llega el tranvía, y allí tuvimos plaza sin problemas, entre un buen puñado de auto caravanas.

Tras aparcar dimos un paseo bajo la lluvia (las precipitaciones venían acompañándonos desde que cruzamos Irún, pero de momento sin molestar cuando salíamos de la furgo) por uno de los barrios de las afueras de Oslo: un sitio bastante agradable, de edificios diferentes a los que estamos acostumbrados, que recorrimos a modo de paseo fluvial serpenteando al son del río que desaguaba el gran lago. Parecía que con la lluvia que había caído los días previos, al parecer anormalmente fuerte, mas la que seguía cayendo, el río bajaba bastante crecido, mostrando bancos y otras instalaciones bajo el agua en lugar de en la orilla.

Cuando ya decidimos que nos habíamos mojado bastante (hay que ver lo poco que se sufre cuando hay ganas de hacer algo) regresamos a la furgo a secarnos un poco, a cenar, y a dormir como ceporros, que es como dormimos en ella, para disfrutar del primer día sin kilómetros sobre ruedas.

15 de Agosto: Oslo-Oslo

(Ver la entrada «Oslo«).

16 de Agosto: Oslo – Sore Revtangen

Descansados de furgoneta por el día de pateo urbano, salimos en Dirección Oeste para recorrer la costa Sur de Noruega. Los primeros kilómetros fueron de autopista sin mucho argumento, hasta llegar a Kristiansund, un bonito pueblo reconvertido para el turismo de cruceros. De hecho, es uno de los puertos a los que puedes llegar desde Dinamarca si quieres evitar atravesar Suecia. Y haciendo gala de lo comentado, estaba lleno de turistas españoles desembarcados de un enorme barco, que multiplicaba la población local.

Dimos un paseo por el centro aprovechando un clima que ya hubiéramos querido el día anterior, visitando la iglesia, las calles peatonales y la zona del puerto/costa, donde tras un puente llegas a un curioso escenario muy bien «colocado» para los visitantes, con tarima de madera y casitas de colores.

Dejamos atrás la ciudad, para adentrarnos en el Magma Geopark, una zona que merece una parada para contemplar formaciones difíciles de ver en otras partes. Retocadas por la exuberante naturaleza de Noruega.

Luego viene una franja de costa pedregosa muy curiosa, diferente a lo que conocemos por España y que recuerda más a paisajes escoceses influenciados por el Mar del Norte, que es el que teníamos a orillas. Y tras llegar a la «barbilla» de la península, paramos para dormir en un sitio bastante curioso, a modo de balcón con vistas protegiendo un pequeño puerto de recreo.

Aun nos dio tiempo a un paseo recibiendo el azote de un clima duro que volvía a cambiar, para regalarnos otras pocas gotas de lluvia antes de dormir. Las vistas desde la ventana de la furgo cenando bien podrían haber formado parte de otro cuadro del romanticismo francés.

17 de Agosto. Sore RevtangenStavangerPreikestolen.

El día iba a ser movido. Empezamos por llenar de gasoil tras comprobar que variaba según el día de la semana: interesa hacerlo de martes a viernes por la mañana, pues luego sube para el fin de semana. Luego nos desplazamos por la costa haciendo norte hasta un monumento muy célebre de Noruega, las espadas Sverd i Fjell, que conmemoran la reunificación de Noruega en el año 872.

Ya en las afueras de Stavanger, nos alargamos hasta un aparcamiento del puerto desde el que visitar la ciudad, de lo que damos cuenta en la siguiente entrada: Stavanger.

Como estábamos pagando parking, salimos en dirección al Preikestolen para comer de camino en una de las numerosas áreas con mesas que salpican el territorio. Esta, además, tenía la ventaja de ofrecer un punto de reposición de aguas para la furgo. Y llegamos hasta el caro aparcamiento del Púlpito (20€) para hacer una de las excursiones más impresionantes que hemos hecho en la vida. (Entrada Preikestolen).

Mención especial a otra de las infraestructuras que te quitan el hipo, el Túnel Ryfast, que salva el Fiordo de Hille a bastantes metros de profundidad. Como es tan largo, cerca de 20 kms, en el interior han dispuesto una serie de zonas iluminadas de distintos colores para evitar la somnolencia. Tiene dentro rotondas que parece platillos volantes…

Embriagados por la magnitud de las vistas del fiordo Lysefjorden desde semejante mirador natural, descendimos para retomar la carretera que al día siguiente nos llevaría al Norte, y buscamos un lugar en el que dormir alejándonos un poco para evitar las consabidas señales. Ana, en su afán por escondernos bien, me indicó una pista en ascenso que por pocas nos hace incurrir en un conflicto internacional, y es que cuando me vi con los 3000 kilos largos de la Máster ascendiendo por una pendiente de no menos del 15% de tierra suelta, en la que parar podía ser un gran problema, tuve que echar mano de lo aprendido metiéndome en embolados con los 4×4 que he tenido, y con el culo apretado trepar, horquilla estrecha incluida, hasta un lugar en el que pudiésemos dar la vuelta. Estaba claro que era un error, que remendamos como pudimos, porque todo lo que sube baja, pero una vez repuestos del susto (la motricidad era realmente precaria) dimos con el lugar adecuado, y pasamos una noche de lo más tranquila.

18 de Agosto, hasta Ullesvang. 270 kms.

Ahora sí, comenzaba el típico trayecto por carreteras noruegas, serpenteando y atravesando Fiordos, pero sobre todo viendo cantidades de agua que te evocan si así fue nuestra península hace millones de años.

Lo primero que nos encontramos avanzados los primeros pasos, es el Ferry de Hjel, que no es sino un puertecillo en el que la carretera nacional se interrumpe, y en el que esperas unos pocos minutos para embarcar en una plataforma simétrica, para evitar tener que girarla, y que te lleva hasta la otra orilla. Una persona pasa a comprobar tu matrícula, y, si te has registrado en el Autopass y en el ferryPay, no debes preocuparte de nada más. Te lo van cobrando automáticamente.

Las vistas del fiordo desde dentro son preciosas, y puedes comprobar que aquí en Noruega es bastante común vivir en un pequeño islote en medio del agua.

Por la orilla de diferentes fiordos llegamos hasta las cascadas de Svandal, o Svandalfossen (fossen es cascada en Noruego), que son parada obligada con sus pasarelas para poder ascender a contemplarlas en toda su magnitud. Otro poco de lluvia nos recordaba de dónde venía tanta agua.

La siguiente para fueron las minas de Allmanjuvet, en las que con tiempo puedes avisar para que te hagan un recorrido por las distintas instalaciones, y sin él, como era nuestro caso, puedes dar un bonito paseo, pues no dejan de ser una garganta muy llamativa con edificios mineros cada pocos metros.

De nuevo a la furgo y breve trayecto hasta Roldal, para contemplar su iglesia. Así, poco a poco iba transcurriendo un día en el que la carretera era un parque temático en sí misma.

Qué no crecerá en Noruega, si puede desarrollarse un abeto en el techo de una casita sin apenas tierra (doy fe de que la raíz no profundizaba más de 10 cms). Las siguientes cascadas (esto es un sinvivir, frase que más dije este viaje) son las Latifossen, y esas no hay ni que bajarse del vehículo para verlas, aunque nosotros sí lo hicimos. De hecho, si te paras un momento, te lo lavan.

Y por fin llegábamos a Ullesvang, que era el punto de partida de la ruta al pié del siguiente día, y de la que doy cuenta en la siguiente entrada: Cascadas Husedalen. Para dormir, y ya que era un punto bastante turístico, estaba la opción de camping (abarrotados y caros) y la de buscar un rincón alejado del casco urbano, que fue lo que hicimos siguiendo las orientaciones de nuestro socorrido Park4night, llegando hasta un pequeño muelle de transporte de troncos, bastante pintoresco.

Las vistas por la mañana eran impresionantes, con un juego de luces hacia el fiordo Hardanger de lo más elocuentes.

19 de Agosto: Ullensvang – Bergen

El plan para la tarde una vez hecho el bonito recorrido de las cascadas, consistía en seguir hasta Bergen, otra de las grandes ciudades de Noruega. Trayecto que suponía abandonar el eje central que habíamos iniciado para escorarnos de nuevo hacia la costa Oeste, en busca de otro destino célebre para los cruceros. Lo primero que nos encontramos salvo si decidimos ir en Ferry hasta Kvandall será el puente Hardanger, y nada más salir de él, nos meteremos en el túnel Villavik, que nos llevará hasta Granvin por debajo de la montaña. La lluvia hacía acto de presencia y decidimos parar a comer en los baños de diseño que simulan las raíces de unos grandes árboles.

Tras el café de rigor, que para eso llevamos cafetera italiana en la cámper, continuamos haciendo Oeste hasta las cascadas Steindalsfossen, aparcando junto a un centro de interpretación a las afueras del pueblo. La peculiaridad de estas es que el sendero que asciende a la caída pasa por debajo del agua.

Finalmente, una tiradita más hasta Bergen, hasta donde llegamos desde el norte. Si bien la idea inicial era aparcar en el Ikea y movernos en trasporte público, al ser sábado por la tarde aprovechamos para llegar hasta la zona de aparcamiento reseñada al norte de la ciudad, y que nos permitiría al día siguiente permanecer sin pagar y acercarnos al centro a pie. Se trataba de una barrio de casas cercanas al mar, la verdad es que bastante atractivas. Aun tuvimos tiempo de dar un paseo por la tarde por el muelle cercano, y practicar echar el anzuelo, que era lo único que se me daba bien de pescar.

20 de Agosto: Bergen – Flam

Para ver la visita a Bergen pincha en esta entrada.

Una vez comimos el pescado que habíamos comprado en el mercado, a las afueras de Bergen en una zona de playas muy coqueta, retrocedimos en dirección a Flam. Eran 160 kilómetros que haríamos en paralelo al norte de la carretera del día anterior. Nos llevaron 3 horas. Flam es un pueblo turístico, incrustado en el extremo del fiordo de Aurlands, o fiordo de la luz, uno de los más largos del mundo, hasta el que llegas tras atravesar un túnel de 14 kilómetros. El pueblo es muy pequeño, apenas tiene una serie de edificios construidos en torno a la estación del tren, que traza un recorrido espectacular (y caro), que no hicimos en esta ocasión por ir con la perra. Tiene un camping que tampoco es barato, por lo que nosotros subimos río arriba hasta una explanada que hay junto a una bonita cascada. Duchas, cena y paseo por la zona bajo la llovizna, aprovechando que a esas latitudes anochece bastante más tarde que por casa. A destacar, la iglesia de Flam, de madera, bastante sobria, pero con unos cuantos años a sus espaldas.

21 de Agosto: Undredal

Ese día era de descanso, pues Undredal estaba a solo 13 kms al norte de Flam. Pero antes de desplazarnos, hicimos un pequeño pateo hasta las cascadas Brekefossen, a las que se sube por unas escaleras de piedra. Allí estuvimos un rato extasiándonos con las vistas, junto a una estudiante taiwanesa que nos utilizó de fotógrafos, y a Sialuk de modelo.

Luego estuvimos jugando con unas ovejas y unos cerditos vietnamitas a los que Sialuk hubiese gustado explorar más en detalle, pero como no queríamos conflictos internacionales seguimos hasta la furgo para llegar a Undredal, donde habíamos reservado camping, más que nada para lavar ropa, ya que en Bergen no había sido posible. Luego comprobamos que en Noruega más que lavanderías lo que hay son tintorerías, en horario comercial.

El camping era más que sencillo, y lo regentaba un hombre que echaba una mano a su ritmo, pero que nos permitió lo que buscábamos. La ropa la secamos en el cuarto de las calderas, ya que no había secadoras. Eso sí, era muy barato para lo que se estila en Noruega. A costa de pagar por todo lo que contratases aparte de dormir… por eso creo que no volvimos a buscar campings en el resto del recorrido.

Comimos bajo la lluvia, con nuestro toldo. Undredal es pequeño, pero tiene un enclave precioso, que recorrimos dando un paseo mientras la lavadora terminaba, y una vez tendida, vino el plato fuerte, que fue remar dentro del fiordo en nuestra tabla de pádel-surf. La experiencia en aquel agua que parecía un espejo, sin aire, sin olas… fue tremenda para los que disfrutamos del piragüismo y deportes afines.

Cuando Sialuk se cansó de llamarme insensato y no se cuántas cosas más, regresamos al camping a disfrutar de la tranquilidad de aquel enclave.

22 de Agosto: Undredal-Ardal

Con la ropa por fin lavada y seca, seguimos nuestro camino hacia el norte.

Al volver a pasar por Flam alucinamos viendo un par de barcos enormes amarrados en la orilla, que te invitaban a pensar cómo demonios lo harían para entrar y salir de allí. Pena no haberlos encontrado con la tabla de pádel surf… Después salimos por la orilla Este del Fiordo hasta Aurland, pueblo en el que se emprende una potente subida a base de zig zags que se nos volvería a presentar varias veces en el futuro a modo de deja vu. Dicha subida, termina en el mirador Estegastein, donde Sialuk le echó una buena bronca a un grupo de turistas, harta ya de llevar unos días escuchando idiomas de los que no pillaba ni una palabra. Menos mal que cuando profiere esa sarta de aullidos provoca risas y no pavor…

Una de las muchas cosas que impacta en Noruega, es que apenas subes 800 metros sobre el nivel del mar (o del fiordo, que en el interior es lo habitual) aparece ante ti un paisaje de alta montaña similar a los que encontramos en Pirineos o Alpes por encima de la cota 2000. Con nieve y todo, en agosto. Por eso en las carreteras hay barreras antes de cada ascenso, ya que de lo contrario se pasarían el día rescatando guiris atascados en invierno. Pues en este caso, accedimos a una zona preciosa de lagos y montañas calizas, en la que reina la cascada de Flotane.

Son paisajes que atrapan, pero que cuando ves repetirse una y otra vez, te causan ansiedad, estando como estamos acostumbrados al predesierto en el que se está convirtiendo el sureste de la península. En fin, todo lo que sube baja y esta vez seríamos nosotros los que caeríamos hasta el Lustrafjorden (fjorden es fiordo, una de las primeras palabras que aprendes al llegar). Si buscas buenas medias en los consumos de tu furgo, Noruega no es tu país. Después de estirar las piernas en la bajada y de ver una curiosa cueva con oso y todo, comimos tranquilamente en un área de descanso en la que te podrías quedar a vivir mirando al horizonte, y en la que estuvimos charlando un rato con un alemán que tenía una pick up, que a más de uno habría enamorado para corretear por sitios más abruptos…

Continuamos la orilla del fiordo de la luz hasta Ardal, donde dimos un paseo por un sendero fluvial, para luego salir a las afueras a compartir aparcamiento con una intrépida joven que andaba recorriéndose Noruega de maletering.

Continúa en Noruega 2023 II Parte.

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2 comentarios en “Noruega. Donde vive el agua.

  1. Esa zona del mirador colgante sobre el fiordo por un acceso y el otro la cueva del oso con basura, nosotros la recorrimos con nieve y lagos helados, recién abierta la carretera, indescriptible las sensaciones, me están entrando ganas de volver a subir a Noruega.

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