El final de la Etapa

No, no parece que fuese ayer, cuando en 2007 nos embarcamos en una de las aventuras más apasionantes de nuestras vidas: Descubrir el Gran Sur. Aquella tierra cercana y lejana a la vez que me había dejado a medias en mi etapa adolescente, y a la que me prometí volver con la independencia de poder deambular hasta donde sus horizontes me llevaran. Eso que al final se convirtió en el Libre Albedrío, y que no es sino una sensación que te invade cuando por fin percibes que nuestras queridas democracias no lo son tanto. Sí, en 2007 describía emocionado los paisajes, las gentes, las pistas que hemos ido perdiendo debajo del asfalto, los oueds que se han ido secando, las aldeas perdidas que se han encontrado, la arena del desierto prostituida por la modernidad imparable. Y vaya si hemos disfrutado, gracias sobre todo a ese gran grupo de amigos que se han ido fraguando año tras año a la sombra de las acacias en las paradas del mediodía. O con los que hemos velado en silencio las últimas luces de un atardecer sobre una duna. No fue ayer. Hemos corrido, y mucho. Vivido tanto, recordado y escrito en este armario de experiencias, que ahora es testigo del final de una etapa, tal y como hemos entendido Marruecos hasta hora. Ya nunca será ese lugar recóndito, en el que podíamos sentirnos realmente lejos del día a día.

Por eso, este año he vivido la bajada desde mi parabrisas con un cierto sentimiento de cierre, de cambio, de paso adelante. Que no quiere decir que no volveremos a disfrutar de Marruecos, pero ya no será tan auténtico, tan virgen, tan puro. Eso se fue apagando poco a poco desde aquel 2007, hasta convertirse en un destino turístico, abierto a todos, y en el que tendremos que escudriñar mucho más para perdernos. Erg Chebbi ya es un complejo turístico. A Ouzina llega el asfalto. Y la mayoría de los pasos del Atlas se pueden hacer con un turismo, con permiso de la nieve, que apenas cae.

Pero saltemos a 2024, que no ha sido para nada un año aburrido. De hecho, quizás haya sido el ansia por encontrar esos últimos retazos de pureza lo que nos ha hecho rodar por más pistas que en los últimos años. Y me quedo con esas experiencias, anotando los rincones a los que volveré (ya que he dejado caer aquellos a los que no lo haré) para volver a reencontrarme con lo que no me va a robar el progreso: Los amigos.

Y empezábamos con un nuevo fichaje a la vez que viejo amigo de rutas, pero en moto. Ángel, perfectamente escoltado por su hijo y escanciador Raúl, se unía al grupo para envenenarse de nuestra marcha rutera. Y lo hacía en la maldita aduana de Tánger Med, donde embarcamos hacia el Hotel homónimo, un buen sitio para dormir apenas cruzar.

Nota para el Futuro. No cruzar por Tánger Med.

De allí salíamos hacia Marrakech, bien temprano, ciudad que nos mostraba herida las cicatrices del atroz terremoto de 2023, y a la que volvíamos después de algunos viajes apartados. Para descubrir rincones nuevos como el Palacio de la Bahía, al que todavía me pregunto cómo no habíamos entrado aun. Luego, callejear y callejear para enseñar y aprender aquellos bulliciosos puntos cardinales.

Nota para el Futuro: A espaldas del Hotel Focault hay 2 parkings. A uno se entra por un chaflán, está asfaltado y es bastante estrecho. El coche está allí a la sombra todo el día, pero cuesta muy caro. Detrás de ese está el descampado de otras veces, mucho más económico.

Fue la ciudad punto de encuentro, donde se unieron Borja y Elena, para darnos la gran sorpresa de que habían decidido compartir con nosotros un momento tan especial como su viaje de novios, y Carlos, que había bajado en Avión. Ya estaba el equipo al completo. La medina, sus tiendas, los puestos de comida y la palpitante plaza Djama el Fnaa pusieron el broche a la parte urbana del viaje. Las calles mucho más limpias, hay gente recogiendo basura y papeleras. Muchos menos moscones que otras veces. A la mañana del día 30 tocaba hacer Sur.

Salimos por el Tzi´n Tichka hasta Agouim. Lo han ensanchado con 2 carriles de subida, por lo que no hay que estar pendientes de las emisoras para adelantar. Menos mal, porque el tráfico de Prados de alquiler era bastante denso. Casi nos cuesta parar para la preceptiva foto, pero tuvimos la suerte de que unos se iban cuando nosotros llegábamos. Después, el primer tramo de pista nos acercaría a Taliouine, donde paramos en el Albergue le Safran. Un sitio amplio donde la decoración daba a entender que tuvo tiempos más «gloriosos» antes de que el uso le fuese dejando huella en forma de desgaste, pero aun digno para un final de jornada. El mapa de la recepción da también muestras de ser un punto de partida para senderos por la zona, algunos por encima de los 3000 metros.

El día 31 la pista se tornó más pedregosa, llevándonos por al Oasis de Aguinane, un sitio espectacular metido en una garganta, donde han sabido aparcelar el terreno y aprovechar el agua para crear un verdadero oasis. Pena que no pudiésemos dormir aquí, pero otra vez será.

La primera mitad de la mañana, estuvo llena de paisajes espectaculares, que poco a poco nos fueron avisando de que bajábamos al predesierto. Incluida una zona que nos recordó a la Capadocia con una gama de tierras más claros. La idea era llenar en Tissint, pero al llegar constatamos que no había gasolinera, así que decidimos seguir a Foum Zguid para no salir de «la civilización» con los depósitos a medias. Llevaba tiempo si asomar por esa plaza, y la encontré bastante más cuidada y crecida. En la gasolinera de la salida Norte nos encontramos con una curiosa pareja, un beréber que gestionaba varios alojamientos de su padre y una gallega que se había quedado allí a vivir. Habían comprado jamón y vino para celebrar la nochevieja en uno de sus campamentos. Comimos con ellos en un oasis camino del Iriki, y después los adelantamos para seguir nuestro camino. Al atardecer estábamos pasando ya por el Titanic, donde paramos a saludar como otras veces.

Luego, a nuestro campamento, hasta donde esta vez no nos costó llegar porque ahora salen todos en el google maps. Hasta la pista de arena del río me pareció más sencilla que nunca… al menos estábamos por fin en un desierto que no se antojaba lleno de gente, en el que no se veían grúas construyendo edificios, y al que gracias a Aláh no llegaba el asfalto.

Esa noche nos pusieron de cenar como a reyes, que por algo era 31 de diciembre, y tuvimos un pequeño concierto de timbales junto a una hoguera como mandan los cánones bereberes.

1 de Enero, Dunas y más dunas…

Creo que este ha sido el día en el que más horas por kilómetro hemos echado en la arena. Hacía 5 años habíamos estado en este mismo erg, y había planificado un track que lo penetraba y lo rodeaba por el sur, buscando zonas duras, que a todos les pareció bastante sencillo. Lo malo fue que se me había quedado aquello en la memoria, y este año llegábamos con un track que dibujó Arturo a partir de unas indicaciones mías, intentando coger más arena y menos zonas duras. De ese track hicimos el rodeo hasta la zona de entrada y 2 kms de arena. Al ser un desierto tan poco pisado, apenas había huellas que seguir, y tocaba improvisa. Pero el verdadero problema fue que días antes había soplado el viento de poniente bien, y las crestas estaban cortadas de manera que no se podía bajar por ellas tal cual. Eran paredes de más de 2 metros de alto, y había que mantener un difícil equilibrio entre no volar y no quedarse empanzado, cuando era la panza lo que había que arrastrar antes de parar con el morro del coche ya mirando hacia abajo, después de un corto espacio en el que las ruedas delanteras se quedaban colgando. Como cada duna era diferente que la anterior, cada vez el impulso debía adaptarse y recalcularse para no quedar empanzados. Y qué decir de las bañeras… llenas de arena barrida, nos engullían una y otra vez. Encima, al estar cortadas las crestas, no se podía circular por ellas serpenteando, porque literalmente los coches no cabían. Además, no había vuelta atrás: las mismas paredes que nos hacían saltar nos harían chocar en sentido contrario.

Nota para el futuro: Si las dunas están cortadas, media vuelta.

Así se explica que estuviésemos más tiempo atrancados que en marcha. A la hora de comer paramos desfallecidos, y tras coger fuerzas en el picknick nos quedaba intentar salir de allí. Pero las dunas alargadas nos iban dirigiendo a su antojo cuando intentábamos seguir las zonas duras que quedan entre ellas en busca de salida. Hasta que incluso nos separamos en dos de esas zonas, cuando atardecía, de manera que las horas sin luz hasta salir de allí las hicimos en dos grupos. Ni que decir tiene que nos hartamos de darle a la pala, nuestra única aliada cuando no había quien nos diese un toroncillo. Incluso tuve un vuelo en la oscuridad por un error de coordinación entre Ana y yo, que me mejoró un par de grados el ángulo de ataque del Subaru…

No obstante hubo también un momento «mágico», en el que una gacela nos escoltó durante un par de kilómetros, que creo que fueron en los que más avanzamos sin atranques. Luego, solo nos quedó la oscuridad y nuestros valientes guías que a base de linternas nos fueron marcando de zona dura en zona dura hasta que llegamos a la pista del río, entre gritos de júbilo. Llevábamos 2 horas duneando a oscuras.

Aun nos esperó otro rebaño de gacelas para quitarnos un poco el berrinche pasado.

Cuando llegamos al campamento exhaustos tuve la sensación de que los alemanes que estaban allí reposando la cena nos miraban como a Robinson cuando fue rescatado. A lo mejor no habría sido tan mala idea contratar al habibi para que nos diese una vuelta guiada por las dunas…

Nota para el futuro: Habibi.

2 de Enero:

Aun con resaca del día anterior, decidimos ir en busca de Zagora por pista pisada, dejando para otro año la zona a explorar al norte. La primera parada fue en el Oasis Sagrado, que aunque sigue manteniendo en estado ruinoso la zona de camping intramuros, ha visto crecer al lado Este una cafetería y un pequeño albergue que se encontraban llenos de gente. El Land Rover había seguido desguazándose y ya parecía más la barca de la Rocío que un coche. En general, nos cruzamos y seguimos a bastantes coches en el trayecto, en multitud de pistas muy pisadas, que fuimos cogiendo a rumbo hasta acabar en unas dunas al sur de Tagounite con unas haimas que no me parecieron un buen enclave para el turismo. Así que no nos paramos a preguntar si era un restaurante militar y seguimos en busca del asfalto. Luego Zagora, con parada para repostar entre los intentos de los lugareños por llevarnos a ver su taller. Curioso sentido del turismo el de esta ciudad. Volvíamos a darnos de bruces con la imposibilidad de pagar con tarjeta en las gasolineras, así que decidimos sacar unos Dirhams en un cajero.

Nota para el futuro: No se paga con tarjeta en las gasolineras.

Al norte de Zagora tomábamos nueva pista entre palmeras que nos mostraban lo que tuvo que ser una fértil zona de huertos antes de que aquello se secase. Luego, piedras. Muchas piedras, sin un paisaje que mereciese la pena meterse por allí. Pero fuimos avanzando poco a poco hasta tomar de nuevo asfalto en Ait Tajer.Y tras un pequeño trayecto por la RR 108, cogimos al Norte la pista del Sahro más al Oeste y de la que nos quedaba un tramo por explorar, hasta caer en el track del año pasado, que no recordábamos para nada, ya que se suponía todo de pista rápida y lo fue solo en un pequeño tramo. A oscuras y cantándonos por la emisora seguimos hasta nuestra meta, El Kelaa, donde hubo que buscar un poco el alojamiento en mitad de un mar de kasbah derruidas. Eso sí, mereció la pena, porque el sitio es como para echar dos noches allí. Chez l´Habitant. Muy bien atendido y cuidado por una familia sonriente desde el mayor hasta el más joven, habitaciones amplias y limpias, y un enclave bastante fotogénico.

Y ya era 3 de Enero. Yo había dormido regular, porque parece que el resfriado que traía Carlos se iba propagando por el grupo. Pero la adrenalina podía con todo. Salimos por la Kasbah Itrane por un valle realmente bello, haciendo norte y ganando altura, esta vez sin contratiempos, hasta llegar al asfalto que nos conduciría en la segunda mitad de la ruta hasta Zaouia.

Allí decidimos dar un paseo por la aldea antes de llegar al alojamiento, y fue un acierto, porque descubrimos incluso un sendero que nos devolvería hasta los coches por el río con unas vistas preciosas hacia la famosa Kasbah. Así estirábamos las piernas de tanto coche.

En Dar Ahansal disfrutamos de una habitación bastante mejor que la del año pasado, y de una cena/desayuno ricos, abundantes y un poco occidentalizados. Eso sí, Youssef no ha cambiado mucho y a pesar de que ganaba con nuestro grupo una buena pasta, insistía en cobrar hasta los 20 dirhams de un par de botellas de agua de la cena.

El día 4 hacíamos norte en busca de la pista del Paso Gandini, que encontramos asfaltado en contra de lo que pensábamos. Así que fue un paseo sencillo, tornándose en pista fácil a partir del kilómetro 41, en un bosque de sabinas salpicado de pequeños cortijos, kasbah derruidas y naves de ovejas que nos transportaron a tiempos pasados. Así hasta Bou Azmou, donde cogíamos asfalto de nuevo hasta Imilchil, donde llegamos justo a la hora prevista para disfrutar de un cous cous enorme de mano del amigo Hamou.

Esa era la media etapa «aventurera» del día. Pero también era el punto en el que nos separábamos de Borja y Elena, que seguirían disfrutando de su viaje haciendo de nuevo Sur, hacia Erg Ouzina. Tras la emotiva despedida del pequeño gran grupo de ese año, reflejada en las fotos de Aicha, la hija de Hamou, cogíamos a Carlos en nuestro coche mientras Ángel hacía lo propio con la maleta, y hacíamos Norte hasta el hotel Angle Atlas, un curioso complejo de 4 estrellas en mitad de una nacional, con vistas a la montaña pero sin muchas cosas que ver alrededor. Así que simplemente, disfrutamos de ser los únicos alojados allí.

Cenamos en la habitación los restos de víveres que aun nos quedaban, y descansamos para la tirada del día siguiente.

Era día 5 y tocaba ir en busca de la autopista para llegar hasta las afueras de Tánger, donde Carlos cogería taxi hasta el aeropuerto, y luego al puerto de Ténger Med. Paramos a comer en un área de Repos de la autopista, donde nos sirvieron unas hamburguesas en plan «prisamata», y nos despedimos del grandullón en el área hospitalaria de la ciudad. Luego, a la aduana… cambio de dirhams que nos habían sobrado, sacar billetes, y cola. Los papeles del coche relativamente rápido, pero el problema llegaba en la cola del puto escáner de coches. Como siempre, te preguntas cómo pueden ser tan desorganizados, tan repetitivos, tan celosos… y qué sentido tiene abrir el maletero 2 veces si ya te han pasado el perro y el escáner. En fin, más de 2 horas para salir, que nos hicieron llegar a la cola de embarque justo cuando cerraban las compuertas del barco. Lo que nos suponía esperar 3 horas más (además de la hora de retraso que ya llevaba el barco) en la noche de reyes, llegado a casa de Madrugada. Realmente merece la pena el ahorro de pasar por esta aduana infernal, cuando la cadencia entre barcos es de 3 horas? A mí no…

En fin, tras los intentos fallidos por dar una cabezada subíamos al barco a escuchar niños gritar durante hora y media, hasta avistar el puerto de Algeciras. Allí el paso fue fugaz, menos mal que no tienen escáner por amortizar, y la despedida rápida, porque aun nos quedaban horas de coche hasta casa. Que hicimos in extremis, recordando las experiencias vividas y esbozando esta crónica en la que intento sintetizar ese aluvión de experiencias y emociones que suponen todas y cada una de nuestras bajadas, y van… 19. Un buen momento para descansar, cerrar etapa, y plantearse nuevas metas.

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