El Algarve

Estuve por el Algarve hace muchos años. Tantos que me pagué el viaje haciendo caricaturas y acuarelas. Aunque ya entonces escudriñamos muchos de sus rincones, es cierto que con lo que ha llovido, no soy capaz de reconocer casi nada de lo que antes pisamos. Así que aprovechando los 5 días del puente de Andalucía de este año, y que no coincidían con los que habían dispuesto en otras provincias como Sevilla o Córdoba, nos fuimos de cabeza para la costa vicentina con nuestra furgo.

Para que nos cundiese el tiempo al máximo, la noche del martes la hicimos ya a medio camino, en Osuna, y de esa forma nos asegurábamos llegar a primera horas de la tarde al Cabo de San Vicente, rodando por la autopista del Algarve. 7 € de peaje atravesar todo el Sur. La idea era desde allí ir desandando y parando tantas veces como nos apeteciera o la situación lo requiriese. Así que la primera noche elegimos Sagres como lugar de pernocta. Por su cercanía, ello nos permitió pasar un par de horas por el Cabo, hasta la puesta de sol.

Tras una corta excursión, el viento no daba para más, nos tomamos una infusión y nos dimos una ducha a la espera del momento clave, y mereció la pena. De hecho, el lugar estaba lleno de nostálgicos y románticos apostados ordenadamente en distintos puntos del acantilado, mirando al Oeste.

Luego fuimos a encontrar el encanto en Sagres, algo relativamente complicado porque es como una urbanización a medio urbanizar, pero que conserva en el clima y sobre todo el entorno, lo más significativo de su razón de ser. Al menos hay una fortaleza con unas vistas espectaculares, en el cabo de Sagres, replicando al de San Vicente. Por cierto, de noche cenamos muy bien en un garito de pescado. Y dormimos mejor que bien en la urbanización que hay al Sur, junto a dicho cabo. Imagino que en verano estará a reventar, pero en Febrero no hubo problema.

A la mañana siguiente tocaba visitar el castillo, gracias a que no pusieron problemas por entrar con Sialuk.

Y cumplidos con el fin del mundo conocido en la edad media, empezamos a desandar la costa vicentina disfrutando con las vistas. La primera parada fue en Luz, en la playa homónima, una bellísima muestra de lo que íbamos a tener esos días: blancas calas entre rocas y acantilados.

Poco después llegábamos a Lagos, una ciudad moderna en un enclave fantástico, en el que los acantilados de arenisca se van desgajando de la costa para convertirse en islotes antes de morir en el mar. Hay una ruta kilométrica con pasarelas de madera que llega hasta la Punta de la Piedad y luego la rodea por el Oeste. Además, permite bajar en algunos puntos para ver las formaciones fuera del recorrido habilitado, incluso llegando a un embarcadero a pie del acantilado. Seguro que allí se ha rodado más de una película de piratas.

Fuera de esta espectacular formación geológica, Lagos también tiene un paseo por el centro, que es muy pequeñito, pero conserva calles con mucho encanto junto al mar, destacando el Mercado de Esclavos, el Castelo do Governador, jalonado por palmeras, y el Forte da Bandeira.

Dormimos discretamente a las afueras de Lagos, tras cenar de víveres probando productos locales. Y a la mañana siguiente salimos hasta Ferragudo, un precioso pueblo de pescadores en la desembocadura de una ría, con su castillo como vamos viendo que es de rigor.

Tras el paseo por Ferragudo nos dirigimos a la Praia del Argal Seco, a caminar un poco por los acantilados que van hacia el Este en busca de las cuevas que hay en esa cornisa, aunque el calor nos disuadió de hacer una tirada larga. Eso sí, lo poco que vimos mereció enormemente la pena.

Por allí comimos con vistas al mar antes de emprender marcha hasta Faro, donde pasaríamos la noche. A destacar la Praia do Castelo y la Falesia.

Faro está en una curiosa situación geológica, rodeado de una ría, la Formosa, que en lugar de salir perpendicular al mar lo hace paralela a este durante varios kilómetros, formando una multitud de islotes planos y deshabitados. Además, como ciudad es bastante bonita, y permite hacer varias actividades como rutas en barco para visitar la costa.

Para dormir en Faro escogimos una zona de polideportivos de las afueras, sin ningún problema. Y a la mañana siguiente nos dirigimos al parque natural de la Ria Formosa, pero por temas de avifauna, no nos dejaron entrar con la perra. Eso sí, el hombre, bastante amable, nos dirigió a otra zona de la ría al Este, en la que habían instalado unos caminos y unas pasarelas para ver un poco cómo es ese ecosistema tan peculiar.

Después, avanzamos hasta la praia do Barril, una de las más bonitas de la zona. Diferente de las de la costa vicentina en cuanto a que no tiene acantilados, sigue siendo llamativa por el blanco de su arena, y por otros detalles como el poblado pesquero ahora convertido en apartamentos y restaurantes, hasta el que puedes llegar en un curioso tren de vía muy estrechita… en cualquier caso el paseo paralelo a este es también muy agradable. Otra cosa digna de ver en la playa es el Cementerio de las Anclas, que os muestro en las imágenes.

Y tras caminar descalzos por la arena, gracias a que fuera de la temporada de baño en muchas de las playas permiten perros, nos dirigimos a nuestra última parada: Tavira.

Se trata de una ciudad sita también en la desembocadura de un rio, de casas blancas derramadas alrededor de una suave colina, que la hace más vistosa. Tiene una buena animación, pues aparte de la carrera que se celebraba ese día había anunciados festivales de Fado y otras actividades. Habrá que volver sin perro. Comimos en el restaurante Donna Olhinda, la mar de bien, un bacalao a la teja preparado sin tonterías, como dice en el eslogan del lugar. Y pasamos la tarde paseando por las calles sin prisa alguna.

Al día siguiente tocaba regreso, pero con la ventaja de que estábamos ya pegados a Ayamonte, de manera que llegamos a a casa para comer. No estamos lejos, y la verdad, es un destino que a veces se nos olvida y que merece la pena, y mucho. Más pronto que tarde le dedicaremos otro capítulo a la zona centro…

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.