Marruecos 2019

Bonjour. Vous êtes le responsable du group?

Oui. Mais il n´est pas un voyage organisé. Nous sommes un groupe des amis.

Où es que vous allez?

Nous allons vers Chegaga

A quel place en Chegaga? Où est ce que vous avez réservé?

Dans un camp… Mer du Sable s’appelle…

Mer du Sable… ummm, Vous connaissez le nombre du chef de ce camp?

Oui… lkachti… voici le nombre, je ne connais bien sa prononciation…

Ah, lkachti. Il se prononce “cachti”

“Crasty”

Non… “cachti”

“Cachis”… “cachti”…

Voilà! Mieux. Allez, vous pouvez continuer. Bon voyage!

Chicos -por la emisora- ya sabemos pronunciar el nombre del encargado del campamento de las dunas!

Me alejé mientras comprobaba por el retrovisor que el gendarme seguía riéndose mientras se dirigía a su compañero. El grupo estaba ya al completo. Cubríamos el trayecto Zagora-Mahamid por la Nacional 9, aunque nos habíamos ido sumando por distintos itinerarios, en función de los -días disponibles -y las ganas- de cada cual. En nuestro caso, todo esto empezaba algunos días antes en el puerto de Tarifa…

 

29 de Diciembre de 2018

Ana y yo íbamos a tomarnos las uvas, una vez más, al continente vecino. Es lo que tiene vivir tan al sur de Europa. Que te descuidas y ¡Zas! te encuentras en pleno África. Bueno, pleno por el cambio, pero en realidad, donde te encuentras en en el extremo norte. Todavía no corren tanto los coches. Ni los barcos. Como el que estábamos cogiendo de Intershiping, que por no perder la costumbre, salía con su media horita de retraso.

Al venir de año en año, cada vez te aprendes algo nuevo. Y lo que aprendiste el año pasado, ya no sirve para nada. Esta vez, comprobamos cómo subían por la misma rampa de embarque vehículos y pasajeros de a pié, pero interrumpían el tráfico para que lo hicieran primero los viandantes, de manera que al acceder al salón donde se sellaban los pasaportes, la cola era tremenda. Lo que se traducía en pasar la travesía de pié haciéndose al «prisamata». «Otro año te bajas y te metes con los peatones» Claro que, otro año será de otra forma.

En cualquier caso, y creo que por primera vez, estábamos en Tánger Ville con la aduana pasada a la hora de comer. Yo siempre defiendo que cruzar y dormir ya en Tánger es ganar un buen puñado de horas, porque por la mañana la aduana está más pesada, si se duerme en Tarifa antes de cruzar. Pero esta vez nos habíamos adelantado bastante, y ello suponía pasar la tarde en Tánger ambientándonos. Y lo aprovechamos viendo los vestigios españoles de la ciudad, fuera de la ancien medina, que es donde damos siempre el corto paseo que da de si llegar al final de la tarde. Así le pude enseñar a Ana el instituto en el que pasé el examen de selectividad, interno durante 3 días, el Severo Ochoa. La pequeña catedral, junto a la mezquita mayor. Y el bullicioso tráfico, que ya no nos sorprende cuando cruzamos.

Comimos en el pequeño restaurante que hay sobre la mezquita de la medina, y cenamos en un bar de pescado que había en la plaza del mercado, pero no lo voy a recomendar porque no nos gustó demasiado.  Para dormir habíamos elegido el Hotel Continental, como hacía 3 años, porque al reservar con antelación nos había vuelto a salir bastante más barato de lo habitual. Y así trascurrió nuestro primer día, en solitario, mientras el resto del grupo nos sacaba una o dos jornadas como mínimo por haber cruzado días antes, con el ansia de pisar todos los desiertos «posibles» mientras nosotros hacíamos algo de vida urbana. A la mañana siguiente avanzaríamos hacia ellos, haciendo otra parada en Marrakech.

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30 de Diciembre. Marrakech.

Gracias al Wifi y a los datos móviles, sabíamos que los compañeros que iban por delante de nosotros, habían tenido, como el año pasado, una incidencia en la entrega del coche de alquiler, así que quedaríamos pendientes en ver qué solución les daban. Peor nuestra historia pasaría ese día 29 también al margen del resto del grupo, que debería reunirse esa noche en el Desierto de Ouzina. Mucho más turístico era nuestro destino, Marrakech, hacia donde salíamos desde Tánger mientras veíamos las primeras luces del día. No tuvimos queja alguna del desayuno en el hotel Continental, pues además de abundante, habían dispuesto una plancha para que los Gaif estuviesen como recién hechos. Y con eso entre otras muchas cosas en el estómago, salimos hacia la autopista de la costa con la intención de hacer el trayecto lo antes posible y así aprovechar la tarde en la ciudad imperial; de lo contrario, poca gracia tenía haber planificado esa etapa por separado. Y no se dio nada mal, porque a las 14 h estábamos ya en nuestro hotel.

Marrakech se está atiborrando de turismo durante los últimos años. Atrás queda el fantasma del atentado en Djamaa el Fna, y guiris de todos los colores andan aquí y allá por sus amplias zonas peatonales. (Bueno, peatonocarromatomotorales). Y esa saturación se refleja en la oferta turística. De primeras, habíamos cancelado nuestra reserva en el primer hotel, el «Essaouira», hacía ya un mes, porque se habían empeñado en echarnos para facturar la habitación a un precio más alto al parecer por haber llenado ya las que no tenían con Booking. Por ese motivo, nos habíamos mudado al riad El Kenaria, muy cerca del primero y de la famosa plaza, pero cuando cogimos la habitación, el panorama no era mucho mejor: nos habían metido en una especia de cuarto de trastos reconvertido, que no se parecía en nada a lo que habíamos visto en las fotos al reservar. Mostramos nuestro descontento al dueño durante el obligado te de bienvenida – la terraza sí era espectacular- y nos compensó con una cena gratis para dos, allí mismo. Comimos en el puesto 34 de la plaza, como tantas otras veces, y nos dispusimos a dar una buena vuelta por la medina que nos abriese el apetito y así poder disfrutar de nuestro «precio» de consolación. Así que al poco se nos había olvidado cualquier resto de resignación y estábamos tan felices regateando por los zocos y resolviendo la comida de los días venideros en los que íbamos a ver muy pocas tiendas.

Al regresar, los camareros y el mismo encargado hicieron un despliegue de capacidad aduladora para que la cena en la bonita terraza fuese de nuestro agrado, así que tampoco puedo desaconsejar este Riad, porque creo que supieron responder. La próxima vez, podré en las peticiones especiales que no me instalen en la habitación del fondo de la planta baja y arreglado.

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31 de Diciembre. Zagora.

Ver a la gran medina despertar es un privilegio. Los colores son otros allí abajo. Fes es diferente. Meknes no se puede comparar. En Marrakech, atravesar la plaza mojada, en su momento más tranquilo del día, aquel en el que deja de competir con la Menara y le susurra «vale, esta hora es tuya», te hace preguntarte si estás en el mismo espacio que horas antes latía exuberante. Ya no hay puestos de comida. Ni de naranjas, ni de pastas de té, ni de bisutería. Han desaparecido los niños de edad inconfesable cuidando de un cubo lleno de cacahuetes. Y los pocos transeúntes cruzan sin pararse siquiera a mirar. Parece mucho más pequeña, inundada por la luz, que la atraviesa sin tener donde detenerse. Y así la dejamos atrás, en busca del coche que nos llevaría a reunirnos esta vez sí, con el resto de los integrantes de esta bajada.

El Tzi N Tichka estaba en obras. No le sentarán mal, pues el asfalto dejaba mucho que desear, y es un trayecto para hacerlo pendientes del paisaje, no de los baches. Eso sí, mientras estas acaban, es otra de esas carreteras que  te recuerdan lo aburrido que es conducir por España. Te imaginas al Guardia Civil frotándose las manos porque te ha sorprendido sonándote los mocos mientras conducías, sin ambas manos sobre el aro del volante, y cómo lo miras pensando «qué cojones sabrás de dónde llevamos las manos cuando conducimos por Marruecos». Aquí, el sentido de la prioridad en los carriles de adelantamiento es un chiste. Aún así es divertido, llega un momento en que lo tienes tan asumido que te preocupa cuando el de delante no te corta el paso. Y disfrutas del paisaje, a pesar de todo eso. Las piedras rojas, cuya vegetación va variando a medida que ganas altitud hasta convertirse en un desierto de alta montaña, con manchas de nieve de hace semanas. Los miradores, los picos…

Paramos a hacer la foto de rigor en el Col, y aprovechamos para dejar que las aguas ingeridas sigan su cauce y mirar unos minerales para el peque. Ahora toca bajar, y comprobamos con gratitud que esa vertiente está terminada, lo que nos deja recuperar algo de la maltrecha media de la primera mitad del trayecto. Luego, caemos en la nacional de Ourzazate, y ahí sí ganamos bastante tiempo gracias a la escasez del tráfico, Parecía que el turismo se hubiese quedado en Marrakech y sus alrededores. Al menos el turismo de masas, y ya solo se ven locales y TT preparados. A pesar de nuestro discreto Subaru, nos sentimos en nuestra salsa.

Una vez más, llegamos a los grandes espacios en los que la vida se concentra en los valles de mientras el resto es terreno duro y desértico, inexpugnable. Nos acercamos al majestuoso Draa. Y allí, el mar de palmeras se hace imponente, avisando de nuestra cercanía a Zagora, la puerta del Sáhara. Al llegar, comprobamos que somos los primeros, y que todo está en orden. Reservamos cena, y nos hacemos la foto en el famoso cartel que señala las etapas hasta Tombuctú. Es el momento en que empiezan a aparecer caras conocidas guiadas como por un faro hasta nuestro encuentro, y con ellas los abrazos y la emoción del viaje que de verdad va a empezar en ese momento, el de la verdadera aventura, cerrando el pequeño paréntesis turístico que nos hemos tomado Ana y yo.

El Riad Alí, sigue tan recomendable como siempre, con sus jardines destacando sobre el resto, donde los más pequeños se atreven incluso a un baño. Nosotros lo cambiamos por un paseo por le palmeral, algo de la travesía destartalada de la ciudad de los talleres y las gasolineras, y nos volvemos a juntar para la cena. Allí nos enteramos de las vicisitudes de los valencianos para con los coches de alquiler: Primero, les dieron un Dacia Duster 4wd y un Renegade 2wd que les descambiaron por un Toyota Land Cruiser al que le sonaba aparentemente un rodamiento. Y luego, el Duster reventaba el manguito del turbo en mitad de una duna, y les traían un Peugeot Pick Up a la mañana siguiente.

Cenamos como reyes, y tuvimos nuestro ratito de tertulia como mandan los cánones. Después, el sueño y la emoción por lo que vendrá, nos rindió a la mitad antes aun de las campanadas, y dimos la bienvenida al 2019 en la cama, para desconcierto de los más animados. Mañana será otro día, que nos llevará hasta el desierto de Erg Chegaga.

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1 de Enero

La etapa desde Zagora a Erg Chegaga es corta en kilómetros, aunque la recordaba más lenta de años pasados. Al parecer ha mejorado algo; la pista arenosa, las manos, la agilidad del grupo, o quizás todo. La cuestión es que madrugamos un poco, no tanto como para las etapas largas, pero las ganas de llegar a la arena tuvieron que ayudar. Afortunadamente, el inédito Peugeot estuvo preparado en la puerta del Riad desde pprimera hora y no hubo que esperar.

El primer tramo del día era de asfalto estupendo. La carretera que una Zagora con Mhamid, debe de no tener tráfico demasiado pesado porque mantiene el asfalto es un buen estado. Solo tuvimos una pequeña parada provocada por una pareja de gendarmes a las que les debía gustar charlar un poco con los extranjeros que esos días solemos pasar por allí. Y estábamos en el mencionado pueblo, último bastión civilizado es varias etapas. Con los depósitos bien llenos y reponiendo pan en una parada técnica. Puede ser un destino para pasar la noche o no, pero siempre lo dejo apartado de mis planes porque no me termina de llamar la atención. Y no será por oferta hotelera, porque alojamientos hay y con buena pinta. Pero sigue sin tener entidad apenas para pasar una noche; Mhamid está entre dormir en las dunas, o hacerlo en una ciudad, en un término medio poco convincente.

Comprados los últimos víveres para las comidas de campaña, Borja observa que el depósito del Peugeot que les habían dado en lugar del fallecido Duster bajaba a marchas forzadas. No le dimos mayor importancia y supusimos que medía mal el aforador. Los bollos que tenía el depósito así lo sugerían. Y así salimos de la aldea para en breve empezar a encontrar dunas, que a este paso llegarán pronto hasta las casas. Bajamos un poco las presiones, escurrimos los manguitos, y comenzamos la fiesta. Estábamos en un tramo que iba a alternar zonas arenosas, como el río de arena que teníamos delante, con otras secas, como es típico cuando te vas acercando a un erg. Había algo de tráfico de turistas, sobre todo Toyotas de guías locales cargados hasta los topes, y algún que otro Land Rover. Así que tocaba ir con inercia y con ojo por igual. Por suerte, el grupo había tenido ya una clase práctica intensiva de dunas en Erg Chebbi y en Ouzina, y vaya si se notaba. Además, estaba la circunstancia de que los menos avezados en el tema tenían el coche mejor preparado para este terreno.

Salimos del río de arena y enfilamos la pista que lleva al Oasis Sagrado. lo que antes fuera un camping metido en una zona poco accesible al gran público, ahora estaba cerrado al parecer dedicado a un grupo en exclusiva. Curioso, habrá que informarse. La cuestión es que en el mes de Enero, manaba un pequeño arrollo a ras del suelo que hizo las delicias de los niños, y el que nadaban a sus anchas algunas ranas. Viendo que nos quedaban apenas 20 kilómetros al campamento y que no teníamos pensado comer en el destino, decidimos hacerlo allí mismo entre palmeras.

Repuestos de nuestro poco cansancio, continuábamos la marcha por la zona ondulada paralela a la frontera Argelina que lleva hasta la meta. Erg Chegaga es un desierto diferente a Erg Chebbi y a Ouzina. Más grande pero menos alargado que el primero, posee en su interior una mayor cantidad de zonas duras con aspecto de haber sido antiguos lagos, que facilitan su travesía si se saben situar. Es en general más plano y con menos grandes dunas, en concreto dos al Noreste, pero puede complicarse bastante si se decide atravesar por el borde Norte. Justo antes de llegar, nos sorprendió ver que la franja de vegetación estaba bastante más exuberante que otros años, debido a las lluvias de otoño, y un rebaño de un centenar de camellos pastaba entre los arbustos. Afortunadamente, o no, la aventura es la aventura, ahora no estaba todo inundado de agua.

Preguntamos en el primer campamento al que llegamos, que no resultó ser ni el de Jairo ni el nuestro, sino en el que paré la primera vez que estuve en este desierto (antes el único existente) y con las indicaciones dimos pronto con nuestro destino, donde nos esperaba un sonriente bereber que más parecía salido de una película de reaggi. Tomamos posiciones en las haimas a nuestras anchas, y pasamos la tarde de relax más placentera que recuerdo en un desierto, entre té, charlas, pruebas de coches (en especial el Toyota, verdadero juguete del grupo por lo preparado que está para este terreno) y una tabla de snow board que hizo las delicias de los peques y de los no tan peques.

A la noche, nos cenamos un cous cous de los que no se salta un galgo, riquísimo, y nos deleitamos con una rato de hoguera bajo las estrellas entre el sonido de los timbales. Es una pena no poder guardar estos momentos en un frasco para poder sacarlos cualquier día de la semana después de una de las jornadas de la realidad cotidiana para poder evadirse un rato de ella…

 

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2 de Enero

El amanecer en el campamento de Erg Chegaga fue todo un espectáculo. Las nubes que se habían asomado a curiosear durante las últimas horas de la noche, aprovechando el silencio dejado por los timbales, se veían sorprendidas por un sol de Enero que venía a reivindicar su nombre sobre la arena. Por eso, al salir de nuestras frías haimas, nos subimos todos a la primera duna que miraba a oriente, a congelar ese momento en nuestros objetivos. Hoy era el día del erg, de Erg Chegaga.

Recuerdo la de veces que me eché a temblar durante los meses previos al viaje, cada vez que el amigo Hassan, de apellido casi impronunciable, me decía aquello de «wellcome, wellcome, no problema». Pero todas las dudas se habían disipado ya durante la tarde de llegada. Las haimas, eran justo lo que aparecía en sus fotos. Los baños, idénticos. Y la calidad de la comida, eso que no se puede fotografiar, estaba fuera de toda duda, incluso en los desayunos. Ellos mismos, demostraban una gran entrega hacia nosotros, respetando los silencios, los momentos como el de la caza de las nubes, y no nos ponían un desayuno que por supuesto estaba preparado, hasta que no nos veían enfilar hacia el comedor. Así que la receta era no esperar a que lo sirviesen para ir…

No hubo que meterle prisas a nadie. Todos teníamos ganas de arena, y aun no me explico cómo solo dos tazas de wc no causaron problema alguno en que estuviésemos en los coches tan temprano. En el campamento se quedaría en cuarentena la curiosa Pick Up del león, de modo que éramos 3+3 coches, un número tan reducido como indispensable en los desatascos. Bajamos presiones, y con el track cargado, nos dimos 5 minutos de desfase para no entorpecernos, dejando las emisoras con un canal para contactar entre los dos grupos, y los walkies para cortas distancias.

Dicho track fue el trabajo de unas cuantas sentadas en este mismo ordenador, entre los grabados de otros años, indicaciones del buen amigo Luis, y los mapas descargados en distintos servidores, en especial ortofotos. Y es que había observado cómo la línea dibujada por los coches incluso en 2010, bordeaba cuidadosamente las dunas descargadas en 2018. No se mueven tanto como a veces pensamos, y una foto de satélite es la mejor herramienta para moverse entre dunas a falta de un buen guía local. Tracé cuidadosamente un sendero entre zonas duras que nos permitiese alcanzar el fin de atravesar por el diámetro mayor, sin demasiados contratiempos, para luego dejar a gusto de cada grupo el buscar más o menos complicaciones por los bancos de dunas colindantes a cada lago seco. Y así nos movimos, alcanzándonos de cuando en cuando, pero sin atranques reseñables. Jugamos, probamos, cambiamos de coche, hicimos fotos, videos, panorámicas… y así pasó la mañana. En cuanto al pequeño Forester, en ningún momento eché de menos una reductora. Era el único suv del grupo y cumplió casi casi tan bien como mi anterior cvt. A pesar de la poco adecuada monta de neumáticos.

A eso del mediodía, el embrague de Jorge empezó a dar señas de fatiga, y no quisimos buscar más complicaciones, aparte de que la hora era buena para buscar la pista que bordearía por el sur, así como una buena acacia en la que comer. Y allí estaba, una vez más fiel a la ortofoto, de manera que tras la sobremesa volver era simplemente cuestión de mantener una equidistancia a las faldas de las dunas por una zona de fesfes, arañada por las roderas de los que habían pasado por allí antes. Por cierto, muy bonito el predesierto de Erg Chegaga. Zonas de piedras, cantos, fes fes, arbustos en gran cantidad… es un sitio al que habrá que seguir volviendo en el futuro.

Por la tarde más sandboard, un pequeño paseo en busca de cobertura para llamar a la tropa, y grandes dosis de relax en el campamento. Y por la noche un tajine de ternera que nos hizo elogiar unánimemente al cocinero. Luego, los timbales, las estrellas, y al final, el silencio.

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3 de Enero

Nos despedíamos del Erg con un hasta pronto, dejando allí un punto de encuentro sincero y muy válido para próximas escapadas a pesar de los espartanos baños, y enfilábamos la pista de fes fes que años atrás me parecía un poco trampa y que atravesaba casi sin parar, en esta ocasión sin aparente esfuerzo. Definitivamente, las lluvias de Octubre debían haber compactado todo. Por ella rodeábamos la cara norte de Chegaga, en busca del Lago Iriki. Durante el trayecto de ese primer tramo fuimos viendo Land Rover de guías con turistas bastante molestos, a los que dejamos ir para acabar empolvados, y más vegetación de la que recordaba. Pronto llegábamos al primer punto de interés que me había marcado en el GPS: El «Titanic». Y es que algún iluminado se había entretenido en hacer un pequeño restaurante con aspecto del célebre barco, imagino a la espera de que algún día el Iriki volviese a llenarse de agua. Y es que en aquel punto exacto empezaba la interminable planicie del lago seco, en la que la vista se pierde contemplando las montañas de telón de fondo que se resisten a ser alcanzadas.

Lo atravesamos de Este a Oeste sin buscar la salida hacia Foum Zguid, pues nuestra pretensión era llegar hasta Tata esa noche. Era una opción menos pedregosa, pero ello no quitó atravesar unas cuantas pistas de este tipo a la par que se iban sucediendo los puestos fronterizos que controlan el posible paso de personal desde la frontera de Argelia a Marruecos. Y una de esas piedras me demostró que las ruedas que llevaba mi Subaru no son para esas lides, mandándola al otro barrio sin notar si quiera golpe alguno. Fue la etapa de los pinchazos, pues Carlos se animó también con el tema.

Sin más contratiempos fuimos encadenando pistas cada vez mejores y más amplias, hasta llegar al asfalto de la carretera que nos conducía hasta Tissint. Allí busqué el paraje de las cascadas que descubrimos accidentalmente hace años y que nos serviría esta vez de escenario para comer. Luego, más asfalto hasta Tata, donde nos esperaba el que sería con diferencia el hotel más cutre del viaje, el Renaisance. Allí hubo todo tipo de anécdotas que recordaremos para reírnos cada vez que vuelva a salir el tema; desde averías con el agua hasta streptease accidentales, pasando por baños en los que debían haber muerto muchos viajeros antes que nosotros. Hay que reconocer, no obstante, que intentaron arreglarlo con una cena estupenda, y un desayuno también muy rico.

Por la tarde, aparte del paseo de rigor con las mismas caras de los que viven en el campo y va una ciudad una vez al año, intenté poner remedio a la maltrecha rueda. Y aprovechamos para hacer alguna comprilla y traernos a España ricas especias del país.

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4 de Enero

El viaje seguía avanzando a gran velocidad. El día 4 entrábamos en la última etapa por pista del camino, desde la que empezaríamos a hacer norte para iniciar el regreso a casa.

La zona de gargantas que hay entre Tata y Tafraoute es increíble. La pista estaba en obras, y de hecho, ni siquiera pudimos seguir en track programado, ante la insistencia de los lugareños afirmándonos que más arriba estaba cortado, pero orientarse con los mapas en dirección a Tafraoute no era difícil y les hicimos caso. Más aun cuando al poco de entrar en las gargantas el Toyota se quedaba sin uno de los circuitos de freno, lo que nos obligaría a extremar las precauciones. Pero no nos evitó disfrutar de las vistas de aquellas aldeas encajonadas y rodeadas de laderas de piedra roja.

Los desvíos por los rotos en la pista, que tuvo que sufrir las lluvias de otoño de lleno, fueron desembocando en zonas cada vez más fáciles, y en el último tramo, un amable vigilante de antenas nos recomendaría la opción más corta hasta Tafraoute como la mejor dadas las circunstancias del malogrado coche de alquiler. con paciencia y haciendo uso de las reductoras para retener en las bajadas fuertes, llegábamos hasta Tafraoute, donde habíamos quedado en dejar el coche para que lo recogiesen los de la agencia. Aprovechamos para comer en un sitio que no podía ser mejor, frente al colegio del pueblo. Y desde allí poníamos rumbo a la salida del Atlas hacia Taraudant, con unas vistas estupendas del valle que rodea a esta Capital, desde las alturas.

Jorge y yo nos adelantamos, en principio por si había que llevar su coche a un taller a ver los  frenos, pero luego no fue necesario. Y para dejar bien el tema de mis neumáticos de cara al regreso por la autopista. Después, llegábamos al riad, una preciosidad regentada por un abuelete bastante despistado, y nos acomplábamos como podíamos en las habitaciones que nos había dejado. Para terminar, todos ya reunidos, salimos a dar una vuelta por la zona de intramuros cenando de picoteo por aquí y por allá.

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5 y 6 de Enero. Essaouira y Regreso

Nos despertábamos en el bonito Riad Maryam bien temprano, para variar, y bajábamos a por el último desayuno, que fue también todo un festín para los paladares. Todos estábamos felices por una bajada más en la que habíamos compartido nuestra ilusión por aquellas tierras, emplazándonos una vez más para el año próximo, pero tristes porque aquello se acababa, y a la par, nos tocaba bajar del sueño en el que nos embarcábamos cada vez que pisábamos Tarifa, y volver a la realidad. El gruso del grupo se despedía allí para volver a sus lugares de origen, más al norte, y Ana y yo nos animábamos con un día más que gastaríamos en Essaouira. De modo que tras las despedidas, cogíamos rumbo norte en busca de los valles del Argán.

Con esta ciudad cerrábamos el círculo básico de puntos de interés, y de paso cumplíamos el deseo de Ana por conocer una plaza con la que estaba relacionada laboralmente. El trayecto se daba bastante bien, a pesar de tener que pasar por Agadir partiendo desde Taraudant, y llegábamos de sobra para aparcar, descargar en el precioso Riad Sherezade y acudir a la subasta de pescado para comer en el garito del puerto. Allí sufríamos que la voz va corriendo, y que cada vez cuesta más coger mesa en un sitio en el que priman al que se sienta y encarga el pescado directamente a los camareros. Si quieres elegir el género, has de esperar a que haya hueco un buen rato, con  lo que al final no merece la pena. Aun así, comimos hasta reventar por muy poco dinero, y con una calidad excelente gracias a la frescura del producto.

Y teníamos la tarde entera para pasear por la ciudad atlántica, tomar te, dar un paseo descalzos por la playa, e incluso comernos un helado en Enero… así ha estado el clima durante este viaje. Las fotos sirven de testigo de que es uno de los pueblos más bonitos de Marruecos. El atardecer con el sol poniéndose por el Mar a esas latitudes, no tiene precio.

Después, una vuelta por el mercado local, la plaza de abastos, algo de ragateo en las tiendas de madera de raíz de cedro, y nos daba la hora de cenar, para lo que elegíamos  un garito céntrico menos turístico, empachados ya de pescado. Así terminábamos la última jornada en suelo marroquí de la trilogía 2016-2019, que cerraba una etapa para empezar otra, en la que esperamos alcanzar nuevas metas que ya os iremos contando.

A la mañana siguiente quedaba desandar lo andado por la autopista de la costa, que nos permitía llegar a Tánger sin mucho esfuerzo a la hora de comer, y de ahí hasta Granada a última hora de la tarde, aun habiendo salido desde el sur del país. Quedan los recuerdos, las fotos, los vídeos, y las ganas de volver, como siempre. Ah! y un buen grupo de amigos que va creciendo año a año, unidos por las  ganas de aventura que solo se pueden comprender en un viaje así. Contando los días…

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Un comentario en “Marruecos 2019

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