CENIZA EN LA ARENA

El camino se había perdido tras las últimas acacias, llegando a una especie de rambla pedregosa por la que parecía no transitar nadie hacía mucho tiempo. En las fotografías de satélite no se veía de nada, de hecho, había marcado la zona como «track perdido». Pero al otro lado de donde estábamos pudimos divisar un edificio. «Ahí debe haber un camino». Como la distancia era corta atravesamos el pedregal como pudimos, y desembocamos en una pista perpendicular a nuestra marcha, que se abría paso a través de una zanja en mitad de un talud de tierra larguísimo. «Mira, deben estar instalando el gas por aquí». Tras bajar y subir el obstáculo que teníamos delante, nos encontramos en una explanada que daba acceso a la edificación. Allí había un señor con chandal muy tieso mirándonos, y pudimos ver a otro que salía desde dentro con una libreta. «Otro restaurante. Ya nos traen la carta corriendo. Pues es temprano para comer». Por no ser descorteses nos paramos a la altura del tieso a preguntar cómo se les había ocurrido plantar allí un albergue, si no pasaban ni las águilas. En seguida nos sacó de nuestro error, con amabilidad castrense. Estábamos en un puesto militar. Y la carta en realidad era la libreta en la que apuntaban los datos de las águilas que sí se dejaban caer por allí una vez al mes.

¿Pero cómo habíamos llegado hasta allí un 2 de Enero, día de la liberación del reino nazarí de Granada para más Inri?

Cuando empezamos a dibujar la bajada de 2023, después de 3 largos años sin tocar suelo marroquí que nos parecieron una eternidad, planificamos un trazado que iría a Playas Blancas, Marrakech, Erg Chegaga… pues Ana no había estado por debajo de Essaouira, y a mí me apetecía bastante repetir aquella zona a la que no iba desde hacía mucho tiempo. El otro liante del grupo estaba de acuerdo, y también quería moverse por los pueblos del Anti Atlas, cercanos al Toubkal, que tan buenos recuerdos nos traían. Pero las complicaciones para bajar hasta la fecha nos habían traído hasta diciembre un quehacer ineludible.

Hace unos años, compartimos unas experiencias inolvidables con un nuevo gran fichaje que había entrado en nuestro grupo y en nuestras vidas como un torbellino de energía positiva. Su forma de ser, de contagiar, de moverse por la vida se pueden leer en la crónica que con buen criterio di en titular «Llamas en la Arena«, de Enero de 2018. Lo que no podría imaginar es que las mismas manos que tejieron aquella crónica parirían estas palabras dos años después:

Hoy despedimos a una de esas personas que tiran del carro. Faro en las reuniones, guía en las decisiones, compañero en cada momento. Hablo por todos cuando agradezco que te cruzases en nuestras vidas. Y aun escucho tu voz potente, cálida, optimista donde las haya, enfrentando cada obstáculo del camino como una prueba, como un reto. Derrotaste a Goliat mil veces, y nos enseñaste a vivir con arrojo, respeto, y decisión. Nos sentimos afortunados hasta tal punto que veo huérfanos a todos aquellos que no te han conocido. David, ya sabes que no te vamos a olvidar nunca, de eso te has encargado bien, pero quiero que sepas también que estaremos aquí con tus seres queridos, y que estarás con nosotros allá donde vayamos. En las rutas, en la naturaleza, o en un aperitivo en tu querido Marruecos. Hasta siempre, compañero.

La misma arena que sujetó entonces las ascuas de aquellas llamas, debía ser la portadora de las cenizas de un gran viajero, enamorado del desierto, que debía seguir volando empujado por el viento que tanto tiempo lo sostuvo en sus brazos. Este año, por lo tanto, había que volver a Ouzina. Y así fue.

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29 de Diciembre

El viaje, como va siendo habitual últimamente, ha empezado en distintos momentos. Pero la principal variante es que habíamos encontrado una oferta de Balearia por Melilla con noche en el barco, y el grueso del grupo iba a cruzar por allí. Eso implicaba varias cosas, entre ellas ahorrarnos dicha noche en hotel al cruzar, bajar por la carretera a la que llaman la «interminable», y ganar algo de tiempo entre una cosa y otra, pues nos deja en Midelt en apenas 6 horas. Además, yo bajaba nuevamente con Arturo, que parece contagiado de la fiebre de estos viajes, y encima con Ana, la sobri, que habíamos mantenido en secreto hasta la recogida del «peque». No hace falta decir que la diferencia entre ir con 2 «viejos» a hacerlo con una joven cañera iba a marcar su viaje y sus experiencias. Pero igualmente las de Ana-sobri, que iba a alucinar con el tipo de viaje, de grupo y de marcha que llevamos. Así que allí estábamos los 4, en Málaga, esperando a los otros dos Subarus del grupo con sus respectivos ocupantes, mientras asistíamos a unos desfiles navideños que, a 22 grados de temperatura, más parecían los carnavales de Río de Janeiro.

Una hora antes de que abriesen la garita del puerto nos reencontrábamos todos en un improvisado picknick nocturno, dando inicio a la aventura de 2023.

Del embarque y la travesía poco que contar. El barco iba casi vacío, por lo que en unos minutos estábamos ya arriba, en recepción, esperando a que nos asignasen camarote, porque al parecer a los que habíamos hecho la reserva con antelación no nos estaba llegando el código al móvil. Una vez instalados, ducha y a dormir, pues era ya un poco tarde para algunos. Tampoco las vistas eran como para quedarse mirando por la escotilla, ya que detrás lo único que había era un bote salvavidas naranja butano. Que dimos en llamar Marte. Y a la mañana siguiente había que madrugar.

30 de Diciembre:

Teníamos miedo de que la ventaja ganada en la noche de barco se perdiese en la aduana de Nador, conocida por sus retrasos, y por la experiencia de los que habían cruzado unos días antes. Así que salimos del barco aun de noche cortando el viento sin mirar nada de Melilla más allá de los semáforos. Pero curiosamente, los coches que teníamos delante en el barco se fueron repartiendo por las calles, de manera que llegamos al puesto fronterizo con solo 3 paisanos delante. La aduana, al final, se solventó para nuestro asombro en 20 minutos. Ya estábamos en Beni Hansar. Y lo primero era hacer una serie de asuntos de vital importancia: Pillar tarjetas de teléfono, cambiar Dirhams, y soltar lastre.

Lo primero fue a la segunda. Lo segundo a la primera. Y lo tercero. Bueno, lo tercero fue como fue. Bienvenidos al territorio de las letrinas. Una vez que dimos por concluida nuestra estancia en las sucias calles próximas a la frontera, decidimos que ya era hora de tirar hacia Midelt. Y enfilamos la interminable con el firme propósito de no regresar con multas de radares de ese viaje. El trayecto, aburrido: Una parada a estirar las piernas y a alimentar a un perro flaquillo, aparte de a abonar los matorrales con aquello que no consideramos digno de las letrinas. Otra para picknick, y poco más, hasta Midelt.

Como era temprano y queríamos comprar fruta y productos locales, echamos un rato vespertino por la calle comercial de la ciudad, antes de seguir hasta el hotel, que estaba en las afueras. Las habitaciones, estupendas, y la cena también muy rica con Harira, brochetas de pollo y fruta en un gran salón. Ahora sí que estábamos metidos de lleno en el ritmo del viaje.

31 de Diciembre:

Nos levantamos tempranito con la incorporación del comando navarro, que había cruzado en exclusiva por Tánger y viajado de noche hasta Midelt. Cansados pero con ganas se incorporaron al grupo que ahora era de 4 coches. Y emprendimos la nacional en dirección Errachidia sin pausa y con un objetivo: que nos diera tiempo a hacer la pista del Dakar hasta Merdane, la casa de Abdul, donde nos esperaba el resto del grupo que había echado la mañana de dunas intensivas.

La pista de arena hizo las delicias de los nuevos, que miraban con asombro el paisaje marciano de Erg Chebbi. Después de unas cuantas paradas para oler y tocar aquello llegamos al punto de encuentro. Reparto de abrazos, intercambio de experiencias, y comimos en una media haima tan sencilla como el resto de la aldea de Abdul.

Si. Allí viven.

Después de los postres y una buena sobremesa con té, el grupo 1 se alargó al hotel a recoger pertenencias y el grupo 2 salía de marcha con la idea de juntarnos en los petroglifos de Taouz, que a pesar de llevar allí supuestamente muchos años, no habíamos visitado hasta la fecha en nuestras numerosas bajadas.

El paisaje del desierto nos rodeaba embriagándonos a todos. Nuevamente hicimos dos grupos para llegar hasta el lugar en el que celebraríamos ya por segunda vez la nochevieja, el albergue de Musta, en Ouzina, tirando los que menos cansados estábamos por pista alternativa y el resto por la principal y asfalto. Los primeros dimos salida justo después de que terminase el tramo asfaltado y pisando los pies al resto, siguiendo ya con contacto visual hasta la meta.

Y qué decir de la nochevieja en el gran salón del albergue de Musta… maravilloso, como siempre. El cabrito al horno de adobe espectacular. El resto de la comida variada y en abundancia. El ambiente aquel, rodeado de oscuridad natural, silencio del desierto, regado por nuestras anécdotas y experiencias, junto a las vistas desde la terraza, son cosas que solo puedes vivir en Ouzina. Maldito el día en que el asfalto llegue hasta allí… que será pronto.

Como nota destacable las campanadas con timbal que nos dio AnaSobri, mientras su tía le daba las uvas. Y de remate, el concierto de timbales que nos dio la juventud atenta a las enseñanzas de los locales. Toda una experiencia que ninguno olvidará, y que llenará a los nuevos de ese veneno que nos hace bajar una y otra vez a los viejos.

1 de Enero:

Después de la celebración de la noche anterior no nos apetecía madrugar mucho. Pero estábamos donde estábamos, y cualquiera iba a querer perderse los colores de Ouzina. Así que salimos a recorrer los alrededores del albergue, esta vez guiados por la recomendación de Moha de ver una zona de dunas que había más al oeste del Albergue Ouzina TGM y que otras veces habíamos rodeado. Dado que tenía compromiso con otro grupo de los alojados, nos fuimos a nuestro libre albedrío. Y llegamos hasta un hotel que habían hecho encima de una montaña arenosa, muy curioso, y desde el que había unas vistas impresionantes. Desde allí se estuvieron tirando los niños -y los no tan niños- con la tabla de snow, aprovechando una pendiente que salía del mismo costado del edificio. Coincidí allí con Jordi, el dueño del Riad Ouzina, al que llevaba sin ver años.

Tomamos el te y descansamos un rato disfrutando de lo que alcanzaban nuestras miradas desde la terraza, en tan privilegiada situación.

Después, seguimos hasta Ouzina para disfrutar de una buena pizza bereber en la casa de la familia de Musta. Relajados, en las metarbas, echamos uno de esos ratos memorables en grupo que quedan para la posteridad. Y en la sobremesa decidimos que los más allegados a David, acompañaríamos a Sole y Mario hasta una duna con bonitas vistas cercana al albergue para dejarle allí descansar. Fue un momento muy emotivo, que terminó con el grupo fundido en un abrazo. Adiós, amigo.

2 de Febrero.

Continuará.

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