Roma eterna, callada, de piedra. Testigo de civilizaciones y símbolo de poder, ahora rebosante y abierta, nos acogió para mostrarnos sus tesoros excavados en la tierra. Paramos en un hotel sencillo, cercano al foro, desde el que hicimos radios para ver lo que os enseño en imágenes, si la memoria me permite recordar lo que durante apenas 4 días pasó delante de mis ojos.
Lo primero que llama la atención de Roma es lo habitual que resulta encontrarte delante de un yacimiento arqueológico de valor incalculable. Las «piedras» están ahí, esperando, en cualquier plaza o esquina, como algo cotidiano. Los que hemos estudiado Historia del Arte, veíamos desconcertados que hitos como el Moisés de Miguel Ángel estuvieran en una sencilla capilla que daba a una placita de las que puede haber en cualquier barrio céntrico. Unas escaleras, un arco, y de repente estabas allí delante contemplándolo. «Cualquiera podía haber pasado de largo».
En apenas 15 minutos se llegaba al Coliseo. Ese no podía estar oculto tras una esquina por sus dimensiones, y de hecho se sitúa en una zona mucho más diáfana que da cabida al Arco Constantino, al foro…
… desde allí y en esa jornada pudimos ver igualmente la Columna Trajana, y el templo de Vesta, una de las rarezas de planta circular que parió aquel arte basado en los griegos pero con mucha más libertad de expresión.
En otra jornada le tocó el turno a la ciudad del Vaticano. La Plaza y San Pedro mismo impresionan por sus proporciones. Desde arriba de la cúpula, con San Angelo al fondo, se puede observar cómo en algunos momentos de la historia se ha despilfarrado el poder que te otorga un enorme número de fieles.
Los museos vaticanos de por sí pueden ocupar y bien una jornada, más si se es devoto o entendido de estos temas, por lo que se iban aparcando cosas para días posteriores. Caminar por Roma sin un rumbo fijo puede ser tan placentero como hacerlo con un programa establecido, o más. Las mismas piedras que nos extraña ver por doquier, pueden sorprendernos más si no las esperamos. La Fontana de Trevi estaba esos días de limpieza, y no era menos que llamativo ver a los trabajadores recoger con escoba los deseos que todos los turistas habían arrojado allí.
La Plaza Nabona y los distintos puentes sobre el Tíber, incluido el mencionado del castillo de San Angelo, nos ocuparán durante interminables pateos en los que nos sorprendería saber cuánto hemos andado.
Y de postre, el Panteón de todos los dioses, una obra que también se encuentra encajonada entre edificios, y que aun hoy sigue sorprendiendo a los arquitectos que saben cómo se han construido su tambor y su cúpula de material volcánico y a modo de media esfera perfecta.
Con las últimas luces de la tarde, el Ara Pacis nos despide sabiendo que algún día volveremos a la ciudad eterna.
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