22 de Agosto. Salzsburgo a tope.
A Salzsburgo le íbamos a dedicar tres días. Uno de ellos, completo, sin vera otra cosa que no fuera la ciudad. Y habíamos decidido comprar la tarjeta de turismo urbano, que incluía muchas de las visitas típicas sin tener que pagar por ellas una a una. Así que plano en mano nos dispusimos a amortizarla a tope… no se si desde entonces a los españoles les cobran un plus…
Castillo de Salzsburgo, desde el exxterior
Panorámica desde el Río Salzach
El intramuros del castillo
Vista de la Abadía y la catedral
Catacumbas
Palacio de Hellbrun
Zoo de Salzsburgo
Jardines de los juegos del agua
Telecabina al Spielberg
Cervecería agustina con cata y regalos incluida
Paseo por el río en barco
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23 de Agosto: Lagos al Este de Salzsburgo.
Apenas llevábamos dos días en Austria, y ya empezábamos a sospechar que por algún motivo habíamos nacido en el lugar equivocado. Por si nos quedaba alguna duda, el tercer día decidimos dar un paseo por los alrededores de Salzsburgo con la moto. Y dado que queríamos prescindir de pagar remontes y demás transportes públicos y «golosinas» que en Austria salen al paso como setas, y esto es totalmente gráfico, nos encaminamos a los lagos que hay al Este de la ciudad. Especialmente el Mondsee y el Attersee.
Era Agosto. Temporada alta de verano. A menos de media hora de una ciudad importante… ¡Y no estaban llenos! Pero eso no era lo peor… además de bonitos a rabiar, cuando hicimos la obligada parada con objeto de tocar el agua y reírnos de pensar que aquellas pobres gentes tenían allí una paraíso en el que solo se podrían bañar con neopreno de 8 mm, lo único que pudimos constatar con cara de asombro es que el agua estaba templada. no es Justo. Papá. Mamá. ¿Por qué no nací austriaco?
Después del periplo regresamos al camping para ducharnos y despedirnos de Salzsburgo durante la tarde. Es una ciudad que combina a la perfección lo antiguo con lo moderno, y en la que hasta un simple albergue de peregrinos como el de la foto, parece algo más solemne aunque los que duerman allí no estén preocupados precisamente por la estética cuando les toca andar un buen puñado de kilómetros entre jornada y jornada. Esa tarde además parecía haber una gala, que no sabemos si tendría algo que ver con el festival de ópera de aquellos días, y había mucho movimiento de gente y coches de alto estanding.
La última cena fue también peculiar. Siguiendo las indicaciones del mapa y visto el éxito del día anterior, decidimos buscar la otra fábrica de cerveza de la ciudad. Cuando marchábamos por las calles al anochecer pensábamos que no íbamos muy bien encaminados, por lo vacía de la zona que se empezaba a alejar del centro histórico, y de hecho, hasta el último momento nos pareció ver la fábrica cerrada pero… rodeándola por el costado derecho accedimos a una plaza peatonal en la que parecían estar todos los habitantes que no iban a ir a la ópera esa noche. Dispuestos en mesas que ocupaban la totalidad del espacio, y no era pequeño, cada grupo daba cuenta de cervezas y comida rápida que se servían en la esquina interior de la fábrica. Ibas, pagabas el recipiente, te ibas con él a que te escanciasen el preciado brebaje, y volvías a la mesa con los coloretes de Papá Noel. Luego, pedías una costilla a la plancha y una salchicha al horno, y recuperabas todas las sales minerales, proteínas, grasas, y demás componentes perdidos a lo largo del día. Y de paso te quedabas preparado para el siguiente. Que tocaba cambiar de plaza.
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