Viernes, 11 de Abril de 2014
Bajamos en busca de sensaciones. De Libertad. De contrastes. Dejar atrás la rutina, las preocupaciones, de lo que nos queremos desprender, lo que nos sobra y nos persigue en este mundo contradictorio del que tememos escapar. Cruzar el Estrecho es un bautismo. Agua salada con la que nos desnudamos y nos quedamos erguidos, mirando a África, con la incertidumbre de salir de nuestro círculo hacia lo que nos va a limpiar, para reencontrarnos con nosotros mismos en cada rincón, en cada duna, en cada valle que nos sorprende al franquear. África se ha convertido en un anhelo, al que nos aferramos año tras año para Disfrutar con mayúsculas. Y allí estábamos, por octava vez, traspasando los límites de la mera afición, para enseñar a aquellos que nos acompañaban, eso que tan indispensable se hacía para nosotros. Un contagio que va a hacer crecer irremisiblemente los adeptos a bajar. Porque ricos, pobres, creyentes, paganos y escépticos nos igualamos en esa inmensidad y juntos, como no puede ser de otra manera, nos dejamos llevar.
Allí estábamos, sí, por octava vez, con el tributo de dejar otro cachito de nosotros en cada etapa, para ser recogido al año siguiente y hacernos así más completos, más llenos, y menos banales. Habíamos aprendido a cruzar en Viernes, y eso nos hacía ganar tiempo y kilómetros a buen ritmo entre risas, el trastear de las emisoras y la alegría del sol de esos días en el verde norte rifeño. El barco relativamente puntual, la aduana perfecta, el cambio bueno en Funduk y la autopista esperándonos para llegar a Larache con luz de día. Allí, Hassan en la misma plaza nos salía a paso para colocarnos entre casa, apartamentos y hotel, con sus habituales despistes en las reservas de la Maison Haute. Así que hubo tiempo de pasear, ver, cenar en el puerto, y tomar estas imágenes que dejamos para vuestro disfrute. La aventura de 2014 había comenzado. Esa noche dormiríamos escuchando al almuhédano.
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Sábado 12 de Abril
Del sábado tengo poquitas fotos, porque nos limitamos a hacer Sur por la autopista dirección Marrakech. Las paradas se iban marcando en función de las necesidades, con la excepción de la del Bosque de la Mamola a la altura de Rabat. Una buena extensión de alcornocal autóctono en la que nos encontramos con una familia de explotadores despertando y haciendo el desayuno, casi a medio camino entre Rumanos y Magrebíes. También hicimos la parada de rigor en el Área de Rèpos que nos pilló a la hora de comer, y seguimos con buena hora para llegar a Marrakech a descansar y a tomar posesión del hotel. Hasta daba tiempo a pegarse un baño en la piscina, pues la temperatura lo aconsejaba.
Luego, el paseo de rigor, a la plaza Djamaa el Fna, que encontrábamos como siempre, bulliciosa, plena, rica, descarada, cambiante y heterogénea. Allí, en una cafetería balcón en la que el camarero no había recibido las oportunas clases de matemáticas, disfrutamos de unos refrescos y sobre todo de las vistas del gentío, en plena puesta de sol, para presenciar el cambio de la actividad diurna a la nocturna. Y entre cantos de almuhédano, extasiados, apaciguamos nuestros ánimos mirando al infinito.
Por último, una cena esta vez sí a un buen precio, y de regreso al hotel a por un merecido descanso. Nos esperaba un día entero en la ciudad imperial y había que reponer fuerzas.
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Domingo 13 de Abril de 2014
El Domingo era un día de paseo, y la distancia del hotel al centro nos lo iba a permitir, tanto como la cercanía a los Jardines de Majorel. Y por ellos comenzábamos. En ese recinto mágico, el diseñador francés Ives Saint Laurent establecía su residencia, envuelto en las plantas exóticas que podéis ver en las imágenes. Mención especial al museo bereber que había en el interior, que nos permitió seguir las huellas de esta civilización tan avanzada en el pensamiento, por el país vecino. Emborrachados de exuberancia, cogíamos la kalesa de rigor desde los jardines hasta La Menara, para hacer tiempo a la hora de comer dentro del segundo recinto de encuentro por excelencia de Marrakech.
Dado que la cena anterior nos había resultado muy adecuada en relación calidad precio, repetimos sitio, poniendo rumbo en la kalesa de regreso a la plaza Djamaa el Fna. Y aun habría tiempo de descansar un poco antes de meternos de lleno en la medina, para recorrer sus callejuelas, regatear y fundirnos con la vida del sur. Hasta que nuestro empeño nos llevó a encontrar la Terraza de las Especias de hace años, para darnos un pequeño homenaje en forma de cena. Allí el hábil Carlos consiguió mesa a pesar del lleno total, gracias a su estrategia del despiste horario en fin, que disfrutamos incluso de un recinto privado para comer a gusto. Y después, a descansar, con las mentes ya puestas en el predesierto .
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Lunes 14 de Abril de 2014
Despedíamos temprano a la ciudad imperial con un hasta luego. El Sur estaba ya hecho, y ahora iríamos hacia Oriente en busca del predesierto. Daniel preguntaba impaciente por la emisora acerca de los paisajes que nos íbamos a encontrar en la jornada, pero solo el hecho de haber estado en Marrakech entre palmeras con la nieve por fondo, ya les había puesto sobre aviso de que los ojos no iban a descansar en este viaje. Ahora tocaba encaramarse al puerto de Tzi n Tichka para penetrar en el Atlas en busca de la ruta de Las Mil Kasbah. Y el que avisaba no fue traidor: vienen curvas.
Paramos en el mirador de otras ocasiones a regatear y echar una mirada al escarpado horizonte, en el que ya se derramaban los valles de verdes palmerales entre las infranqueables paredes de piedra roja, a la par que el pasaje se desperezaba del movimiento del coche. Poco después entrábamos ya por el cruce de la afamada ruta, para comprobar que, efectivamente había sido asfaltada, lo que nos permitiría ganar bastante tiempo a la jornada, pero perder una buena dosis de disfrute. Y ¿Qué decir de los paisajes de esta bajada casi en vertical hacia la Nacional de Marrakech-Ouarzazate? Pueblos fundidos con la roca, gamas de rojos que no existen en nuestros vocablos, oasis bebiendo de los ríos, contrastes, caminos y gentes que nos invitaban a quedarnos allí durante mucho más tiempo. Atlas hasta la médula, asignatura que nos queda pendiente para un futuro no muy lejano. Y de la que tomaríamos el postre de ese día en la Kasbah de Ait Ben Haddou, a la par que reponíamos fuerzas en forma de almuerzo.
Allí nos pateamos la fortaleza, confirmando que por la entrada Norte del puente no hay que donar nada a nadie, y disfrutando de las vistas, las cubiertas planas, las Kasbah e incluso algún lagarto tan rojo como su entorno.
Luego Boumalne y Ouarzazate, como siempre de paso, y más carretera, sorprendidos de lo pronto que los nuevos le habían cogido el punto a los adelantamientos de emisora. Tanto avanzábamos que a media tarde nos encontrábamos ya con el destino delante: Skoura. Lugar nuevo para todos, pero, además, emplazamiento en el que deberíamos buscar un alojamiento del que, afortunadamente, teníamos al menos las coordenadas GPS y un puñado de flechas amarillas, que nos evocaban el Camino de Santiago, pero en un entorno sustancialmente diferente. Y digo afortunadamente, porque perdido en el palmeral se encontraba un hotel de diseño con un francés solitario y extravagante que haría nuestras delicias más por el enclave y edificio que por sus atenciones y cuidados.
Si bien la tarde anterior habíamos tenido ya nuestro primer éxtasis del viaje, en medio de las llamadas al rezo de las mezquitas de la medina, en la plaza de Djamaa el Fna, durante la puesta de sol y tras un merecido baño en la piscina del jardín, nos llegaría el turno de disfrutar hasta lo más profundo de nuestras expectativas, escuchando la llamada única de una mezquita en medio del palmeral. Sola, con las últimas luces del día, sin nada que perturbase el silencio circundante más allá de la voz del Almuhédano, nos regaló las bellas notas que nos llenarían hasta dejarnos callados, entre miradas de complicidad y el reconocimiento de que estábamos en el lugar más adecuado del mundo en ese momento, para disfrutar de la paz del viajero. Gracias, África.
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Martes, 15 de Abril de 2014
El amanecer huele diferente en medio del palmeral. Ese porcentaje de humedad que supera la sequedad circundante en el predesierto, concentrado en la grieta verde en medio del pedregal de las llanuras y las hammadas, le da un aroma que, mezclado con las palmeras ayuda a redondear las sensaciones que te despiertan allí. Los miles de pajarillos que se dan cita en el espacio fértil, en contraste con la soledad del desierto, los tintineos del francés preparando en persona el desayuno, y nuestro mismo movimiento recreaban el ambiente en aquel oasis para los sentidos, que tuve el gusto de recorrer cámara en mano, escoltado por los dos dálmatas que le hacían compañía.
Habíamos quedado con Adolfo en el waypoint de Skoura, de modo que salimos en su búsqueda para iniciar la marcha hasta las gargantas del Todra. Que no por más visitadas dejan de sorprendernos, ya que formaciones similares no acostumbramos a verlas aquí con frecuencia. Como íbamos bien de hora, pudimos comer con plena tranquilidad en Tinherir, por cortesía de un primo de Bob Marley, que curiosamente no nos pidió nada de comisión creo que van a aprendiendo a arreglárselas solos para no incordiar tanto al turista. Una visita a las tiendas de los alrededores para llenar el maletero literalmente- de Cous Cous y algunas frutas exóticas, y seguimos en busca de la pista que conectaría la Nacional norte con la sur, que nos es más habitual a los que vamos dirección Erg Chebbi.
Y la encontramos muy arreglada, quizás esperando ya solo la capa de asfalto, de manera que pudimos disfrutar del ritmo endiablado que permite un suv moderno en una pista con buen firme. Solo parábamos para ver los primeros rebaños de camellos y alguna formación que merecía foto. El trazado arreglado terminaba, el track nos abandonaba yendo por libre, y recorrimos los últimos kms a rumbo subiendo una ladera, tras la cual, teníamos que frenar en seco para contemplar el paisaje que, como tantas veces, aparecía ante nosotros a cada nuevo valle. Ya sí que estábamos en las puertas del desierto, y la sabana africana nos saludaba. Al fondo, nuestro árbol y un pequeño trecho hasta la fortaleza de la Momia.
Este era otro punto que enseñábamos, pero que tampoco nos dejaba indiferentes. Allí jugamos con las fotos, las vistas, la gravedad, y apuramos otro ratito de tarde con el objetivo de llegar al albergue con las últimas luces. Y vaya si lo hicimos, hasta el punto de que hubo que parar a dos kilómetros para hacer la foto de la puesta de sol, a nuestras espaldas, y de la arena encendida, a nuestro frente. Serena, reposada, esperándonos y esperada, con el albergue de nuestros amigos en sus faldas, desafiando ser engullido. Encontramos a Hassan, Said, y a Luis Miguel, que volvía a bajar por libre en su afán por hacerse medio ahijado de aquellos parajes que enamoran a cualquiera. Conseguimos habitación para el grupo de Adolfo, que estaba en duda, y nos dispusimos a instalarnos en el albergue de tantas otras veces, aunque más descuidado que nunca por desidia del encargado de este año.
Y así entre saludos, risas, planes para el día siguiente y la cena, nos fuimos a la cama, no sin antes saludar a la luna llena que bañaba la arena con su luz.
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Miércoles, 16 de Abril de 2014
Como en pasadas ediciones, Said se iba a apuntar con nosotros a pasar una jornada alrededor de Erg Chebbi, pero en esta ocasión, de día completo. Un guía de lujo con el que rodaríamos por las dunas, visitaríamos a Ibrahim de Oubira, y comeríamos en la aldea a la que iba destinado el material escolar. Tantos años pasando por allí hacían que nos sintiésemos ya alguien en aquellas latitudes, y no podíamos disimular nuestra felicidad. Porque ya no hablábamos del oportunista de turno que se te subía en el coche para ganar algo con ello. Aquí las preguntas por la familia, el tiempo cedido, las enseñanzas y la compañía eran sinceras.
Y la sapiencia se empezaba por demostrar en la subida a Oubira más sencilla de todas las que hemos hecho. Habremos bajado muchos mapas del Google Earth, probado distancia más corta o trayecto con menos inclinación, además de otras mil cosas. E incluso cedido una vez en el intento por culpa de unas dunas my mal peinadas hace tres años. Pero esa mañana, llegamos por zona dura hasta menos de 1 km de Oubira, y encima ascendimos con una facilidad pasmosa hasta el oasis. A pesar de que la arena estaba en las peores condiciones de todos los años, pues había sido muy seco allí.
En el Oasis, disfrutamos de la desgarbada presencia de Ibrahim, que nos presentó a sus hijos, con los que hicimos una serie de dibujos y dedicatorias para mis alumnos, y, pudimos comprobar de paso que había buena relación entre él y Hassan. El té de rigor, y ese intercambio de cultura, vivencias, risas y disparates que siempre tienen lugar en ese oasis al que debemos otra visita nocturna pronto.
Luego bajamos, para llegar a la hora del almuerzo como estaba previsto, a la aldea en la que realmente necesitaban el preciado material escolar, y pudimos asistir a uno de esos momentos en los que recibes más de lo que dejas a pesar que a nivel material pueda parecer lo contrario. Nos dejaron el salón de su propia casa para comer, nos invitaron a té, y nos sumergimos en el seno de una familia bereber para imaginar por unas horas la vida allí, en el duro predesierto. Las imágenes espero que os den una ligera idea de la experiencia vivida, tras la cual repartimos una libreta, un bolígrafo y muchas sonrisas a los niños de la aldea. Estábamos llenos.
Y solo nos faltaba un merecido descanso, como primicia en la piscina de Erg Chebbi, para completar una jornada de las que no se olvidan en la vida
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Jueves, 17 de Abril de 2014
Amanecíamos en el Erg con una de las etapas largas por delante. Había que subir a Fes, y no debíamos salir tarde. Así que tras el desayuno con los zumos, gaif, mermeladas varias y té, nos despedimos de los amigos y nos hicimos a la carretera que sube A Rissani. Pasamos por «el geiser» y estuvimos oteando una fábrica de encimeras de fósiles, a la par que observamos la diferencia de crecimiento de la citada ciudad y Erfoud por cuestiones de asentamiento de las cadenas de hoteles y del politequeo local, en contra de lo que la lógica de su ubicación hubiese aconsejado.
La parada para comer llegó en el sitio previsto, Midelt, donde nos dimos un homenaje en forma de brochetas de todo tipo a un precio estupendo. Y de ahí al bosque de Cedros. Aviso a navegantes: como atractivo turístico lo están empezando a sobreexplotar. Ahora los macacos están retirados en una zona alta a la que les han acostumbrado que es donde van a recibir de comer, y los locales te venden el paseo en caballo hasta su ubicación. Lo único que hay que hacer salvo que se tengan callos enormes en los pies, es seguir las pisadas de caballo y en 10 minutos estamos donde los monos tras un gratificante paseo en medio de los majestuosos árboles. Por lo demás, la cantidad de gente respecto a otros años, fuera por el buen clima o porque eran vacaciones allí, nos sorprendió a todos.
Como ya estábamos a tiro de piedra de Fes, seguimos ya del tirón en busca del riad y llegamos, gracias a lo que ha avanzado la navegación desde que estamos entrando en estas ciudades, hasta 200 mt del hotel con aparcamiento y todo a pesar de estar en plena mediana; cosa que el primer año sufrimos también junto a la misma puerta en un hotelucho de mala muerte. Nada que objetar del riad, muy bonito a pesar de lo alto del listón del año pasado, y una tranquilidad tremenda. Ahora ya solo quedaba salir a andar por las callejuelas, probar, degustar, regatear, y sumergirse en el bullicio tras la cura de tranquilidad sufrida durante los días anteriores. La cena la encontramos en un sitio de «comida rápida» bastante sencillo pero correcto, eso sí, sin vistas. Pero eso es lo que gusta de estos viajes, para sentirte más árabe y menos turista.
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Viernes 18 de Abril de 2014
La mañana en la ciudad imperial íbamos a dedicarla a recorrer la medina, ver los curtidores tras averiguar que estaban trabajando ese viernes, y visitar alguna tienda más para saciar las enormes listas que llevaba algún viajero consigo. Ya bien temprano los más madrugadores recorrimos las callejuelas cercanas en busca de ver la ciudad despertarse, y de sentir sus primeros latidos en una mañana cualquiera. Y lo cierto es que a lo largo de toda la jornada, aprovechamos de lo lindo la ventaja de tener una cartografía tan precisa en la tablet, pues hasta las callejuelas de todas las medinas de las ciudades importantes de África estaban simultáneamente metidas a partir de un solo archivo vectorial de Orux. Así llegamos sin pérdida a curtidores, Madrazas, puertas de la ciudad
Unas cuantas fotos más tarde estábamos ya sentados en una terraza para comer antes de salir hacia Chefchaouen. Y en la ciudad azul, repetimos el capítulo de años atrás, no sin antes llevarnos un buen disgusto en el hotel Madrid, donde habían vendido nuestras habitaciones a un grupo de alemanes bastante más rentable por volumen. Afortunadamente y a la vista de mi cara, lo supieron solucionar invitándonos incluso a cenar.
Eso sí, cada año lo encontramos más saturado, hasta el punto de que este último hemos hablado ya la necesidad de cambiar el lugar en el que pasar la última noche. Chefchaouen está lleno, hasta el restaurante Aladin nos dejaba de servir las cosas en un tiempo lógico y teníamos que marcharnos a medio cenar, así que la próxima vez, terminaremos en Tetouán casi seguro. Los pocos que quedamos en pie tras en intento de cena, bajamos a un Pizza Hut marroquí, para acabar en la habitación de Carlos y Lorenzo echando unas risas desternillantes, antes de irnos a dormir, cada mochuelo a su olivo.
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Conclusión
La marcha y salida de Marruecos esconde pocos secretos. Carretera por un valle del Rif hasta Tetouán, y autopista hasta la frontera. Aduana rápida, de salida, y en menos tiempo del que uno se espera, ha dejado atrás con la entrada en Ceuta, todo aquello que ha vivido en el país Alaouí. Pero este viaje nos aguardaba aun una grata sorpresa, y era el vasto conocimiento de Daniel de la «perla del Mediterráeo». Pudimos dar una gira de una hora larga, acompañada de las explicaciones por emisora o en directo desde los diversos miradores, que nos permitió quedar en paz con una de estas puertas a nuestras aventuras por las que casi siempre marchamos de Paso. Gracias, Daniel.
Ya solo nos quedaba el barco, con comilona incorporada de los restos que aun paseábamos, y esos kilómetros de regreso que se hacen ya casi por inercia hasta casa. Y que nos sirven para meditar sobre todo lo que ha pasado por nuestras retinas en ese comprimido espacio de tiempo que es una semana. La Octava. Miro atrás, con Emilio, Loli, Javi, Nieves y Úrsula y lo veo tan lejos… entonces sentimos la emoción del explorador, el que abre camino, el que se mete en lo desconocido para encontrarse a si mismo, en las cumbres, en la arena, en el bravo Atlántico. Y ya casi no puedo abarcar los sentimientos de todas las bajadas, porque me rebosan y me llenan de melancolía el alma, de lágrimas los ojos. Por lo pasado, por los que estamos y por lo que se quedaron atrás.
Hemos ido dejando miguitas de nosotros en todos esos caminos, rincones, paisajes y valles del Sur. Somos ya parte de él, y en una nueva vuelta de tuerca de nuestras experiencias viajeras, ahora hemos empezado a enseñarlo. Desde aquí, solo puedo animaros a que nos acompañéis, y os dejéis llevar por el destino de ese track que nunca acaba y que es nuestra experiencia. Pronto vendrá la novena. Y la décima. Y todas las demás. Espero seguir viéndoos y compartiéndolo con vosotros. In sh´Aláh.
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